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Materiales Históricos de la Patagonia Austral
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Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, 1893-1943
Historia autorizada de los primeros 50 años, por Fernando Durán
Capítulo: 

CAPITULO II

LA CONCESION NOGUEIRA

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Conozcamos un poco el medio en que va a desarrollarse la futura historia de la ganadería nacional austral y en que corresponderá nacer a la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego.

Por lo que acabamos de advertir en el anterior capítulo, ese medio es hostil y duro. La naturaleza sólo ofrece dificultades, tanto por las asperezas del clima como por la esterilidad de las tierras. La lejanía de todo grupo civilizado, el abandono en que por ello mismo yace la región, se convierten en un peligro incesante que es acrecentado por la presencia de diversas tribus indígenas aún salvajes.

Ya hemos visto que el Gobierno del país no olvidaba la suerte de las regiones magallánicas. Desde que las ocupara en 1843, fundando más tarde Punta Arenas, había manifestado siempre especial empeño por mantener en aquella región fuerzas militares que representaran la posesión de ellas por el Estado chileno. Al mismo tiempo, periódicamente enviaba expediciones hacia el interior, con el objeto de explorar y estudiar el Territorio.

En el año 1874 fue designado Gobernador Civil y Militar del Territorio de Magallanes un hombre de especiales condiciones para el objeto que se señalaba: el Comandante don Diego Dublé Almeyda, famoso por su energía y cuyo nombre se recuerda especialmente en relación con el célebre "motín de los artilleros".

El Comandante Dublé Almeyda advirtió ya en esa época que lo único posible para el adelanto de la región, era aprovechar los campos magallánicos en la crianza de ganado ovejuno. Con esta convicción, en el año 1876 introdujo en el Territorio bajo su jurisdicción el primer grupo de trescientas ovejas para la crianza. Había observado este Gobernador las experiencias hechas por los estancieros ingleses en las Islas Malvinas, situadas en la boca oriental del Estrecho de Magallanes. Dotadas esas Islas de características climatéricas y geográficas muy semejantes a las extensiones de Tierra del Fuego, en ellas había encontrado la ganadería un campo apto para su desarrollo, circunstancia que permitía esperar análogo resultado en los campos de nuestro extremo austral.

El Comandante Dublé Almeyda hizo incluso un ofrecimiento oficial a los ganaderos ingleses de las Islas Malvinas, a fin de que viniesen a instalarse en la Patagonia sobre la base de una concesión que las autoridades patrias se comprometían a otorgarles en condiciones ventajosas. El ofrecimiento respondía, como se comprenderá, al justo anhelo del país en orden a consolidar su titulo de ocupación jurídica de tales regiones con el de una ocupación práctica y material que diese también a la nación una nueva fuente de prosperidad y de riqueza.

Los ganaderos ingleses no aceptaron los ofrecimientos gubernativos, lográndose sólo por el Comandante Dublé Almeyda que el ciudadano inglés, don Enrique Reynard, residente en Punta Arenas, internase en Tierra del Fuego, desde las Islas Malvinas, las trescientas primeras ovejas que se acaban de mencionar. Este grupo inicial de lanares fue conducido a la Isla Isabel en Enero de 1877, Isla en la cual quedó constituida la primera concesión de terrenos para la ganadería nacional.

Poco tiempo después, a comienzos del año 1879, el Gobierno de Chile comisionó al Teniente segundo de nuestra Marina, don Ramón Serrano Montaner, para que explorase la parte norte de la Tierra del Fuego. En cumplimiento de su misión, el Teniente Serrano Montaner desembarcó en la Bahía "Gente Grande" y atravesó la llamada Isla Grande de Tierra del Fuego hasta avistar la Bahía de San Sebastián, situada ya en pleno Atlántico. Desde esta última volvió hacia el interior, llegó a Bahía Inútil, frente al mismo Estrecho de Magallanes, y retornó finalmente hacia su punto de partida.

El recorrido indicado duró tres largos meses, a través de los cuales el inteligente observador de la Armada Nacional recogió experiencias preciosas sobre la región explorada. De ellas se deducía, y así lo hizo constar el informante a nuestro Gobierno, que la región era muy apta para la crianza de ovejas, aun cuando no podía desconocerse la enorme dificultad de poblarla en razón de las condiciones climatéricas y de que esa región era recorrida constantemente por los indios Onas, de reconocida ferocidad.

El Teniente Serrano Montaner regresó a Punta Arenas después de cumplida su misión. Por entonces estaba radicada ya en dicha ciudad, desde algunos años, la familia Braun Hamburger, uno de cuyos miembros, doña Sara Braun, se hallaba unida en matrimonio a don José Nogueira.

El señor Nogueira era un hombre de empresa, activo, y de inteligencia alerta. El Teniente Serrano Montaner le conocía y trataba con frecuencia. En diversas conversaciones que tuvieron, le manifestó sus impresiones acerca del territorio por él explorado y aun le entregó una copia del informe que había dirigido al Gobierno.

El señor Nogueira tenía ya experiencia de estas empresas. En 1880 contaba con un grupo de lanares que había traído de las Islas Malvinas en sus propias goletas e instalado en Pecket Harbour. Con las observaciones realizadas, se hallaba penetrado de las ventajas que ofrecía la explotación ganadera y de su adaptabilidad a la zona indicada.

Los informes del Teniente Serrano Montaner reforzaron esta convicción y lo decidieron a dar un paso definitivo en la que había de ser más tarde una de las mayores riquezas nacionales.

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Influyó también en este propósito, según hemos escuchado a doña Sara Braun, la circunstancia de que el señor Nogueira tuvo oportunidad de conocer el pensamiento que sobre Magallanes abrigaba don José Manuel Balmaceda, entonces Presidente de Chile.

Corría el año 1890 y el señor Nogueira con su esposa se encontraban en los Baños de Cauquenes, donde también se hallaba el Presidente Balmaceda. En diversas conversaciones este último manifestó la gran esperanza que tenía fundada en el territorio magallánico, cuyo porvenir económico consideraba de enormes proyecciones. El Presidente Balmaceda no olvidaba que esas regiones se hallaban unidas al resto del país por vínculos muy tenues, y en su patriótico espíritu palpitaba el anhelo de que una explotación material inteligente de ellas sirviese para nacionalizarlas intensamente y robustecer nuestro derecho legal sobre las mismas.

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Al saber que el señor Nogueira alentaba proyectos sobre el particular, el Presidente Balmaceda lo animó a realizarlos, sirviendo sus palabras como argumento definitivo para concretar las aspiraciones del futuro colonizador.

Impulsado por estas razones el señor Nogueíra se decidió y solicitó del Gobierno chileno en el año 1890 la concesión de un millón de hectáreas en la Isla Grande de Tierra del Fuego. La empresa que entonces comenzaba, constituía una de las grandes aventuras de aquellos tiempos, difícil de imaginar a esta altura de nuestro siglo, cuando sólo ahora alcanzan a verse los resultados halagadores, y el esfuerzo gigantesco de los primeros días se esfuma en el pasado con los contornos de una leyenda.

El Decreto Supremo Nº 2616, de 9 de Junio de 1890, que otorgó la concesión, encierra una síntesis de las circunstancias en que la empresa debía iniciarse. El señor Nogueira solicitaba la concesión de terrenos baldíos, ofreciendo dedicarlos a la crianza de ganado lanar. Comprendiendo que la magnitud del esfuerzo lo hacía demasiado vasto para un simple particular, por muchas que fuesen su tenacidad y sus condiciones de organizador, el señor Nogueira se comprometía a constituir una sociedad anónima que debía suministrar los capitales necesarios para la obra.

Un análisis de los considerandos del Decreto es ilustrativo para formarse idea del riesgo que corría el audaz solicitante.

En el considerando 1º se hacía ver que "con el establecimiento de la industria referida se inicia la colonización del territorio mencionado", cuyas vastas extensiones nada de real y vivo representaban para el país. Había, por lo tanto, un interés nacional en que surgiesen hombres de este temple, a los cuales iba a corresponder una labor y un esfuerzo que el Gobierno por sí mismo, y la iniciativa particular ordinaria, no podían abordar.

Además, existía otra necesidad que se halla consignada en el considerando 2°. "Para explotar el territorio", sigue diciendo el documento, "es indispensable el empleo de recursos cuantiosos y la introducción de pobladores que, además de ejecutar las tareas del establecimiento, impidan las depredaciones de los indígenas".

La tarea de colonizar y de incorporar al progreso económico del país el millón de hectáreas solicitado, era, pues, considerable. Aparte de los capitales, que no existían y que el concesionario tomaba sobre sí el riesgo de encontrar e interesar, había que reunir a los hombres capaces de realizar las faenas y defender el establecimiento y sus propias vidas contra las incursiones de los indígenas.

Otro de los considerandos, de 3°, hacía constar la imposibilidad de una subdivisión de estas tierras, tanto por la pobreza de las mismas como por los crecidos desembolsos que ocasionaba su explotación.

Sin embargo, las condiciones de la concesión no eran ni fáciles ni halagadoras.

En primer lugar, ella estaba limitada a un plazo de veinte años, a contar desde la fecha de la legalización de la Sociedad prometida, lo que obligaba a organizar la explotación, cumplir con las exigencias fiscales y obtener la utilidad correspondiente, en un término verdaderamente exiguo. A la expiración de este plazo, el arrendatario debía restituir al Fisco tanto el terreno arrendado como las mejoras introducidas en el mismo, los muebles y semovientes, hasta enterar un valor de $100.000. Todavía más, si el valor de lo restituido fuese en el momento de la restitución menos que esta última suma, era obligación del arrendatario enterar la diferencia de su propio peculio. En compensación de estos riesgos considerables, el arrendatario recibía la seguridad de que sería preferido, en igualdad de circunstancias, si el Gobierno resolvía vender o arrendar, total o parcialmente, los terrenos materia del contrato.

Escribiendo acerca del problema de la propiedad ganadera de Magallanes, el señor José Gómez Gazzano, que juzga con injusta acritud la obra de las empresas ganaderas en aquella zona, ha debido reconocer las dificultades enormes que había en dicha época. "No existían entonces grandes capitalistas ni Sociedades. Los subastadores se conformaban con arrendar tos campos que ocupaban. Nadie tenía reservas suficientes para arriesgarse en grandes adquisiciones. Además, eran esos los días heroicos de la ganadería. La internación de ganado de las Islas Malvinas resultaba muy cara. Una libra esterlina por cabeza aproximadamente, precio total, incluido valor y flete, y sujeto a los riesgos de la travesía. El clima era más áspero que hoy. Los zorros y pumas constituían una verdadera plaga que devastaba ganados enteros".

Contra todos estos factores era preciso luchar para formar la Compañía prometida en la petición del señor Nogueira.

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Además, se establecían otras condiciones. Dentro del plazo de los tres años siguientes a la reducción del decreto a escritura pública, debería estar formada la Sociedad ofrecida, con un capital de $l.000.000, a lo menos, debiendo dicho capital destinarse a la explotación de los campos materia del contrato. Igualmente dentro de cuarenta y cinco días de la misma fecha, debía el arrendatario depositar en la Tesorería Fiscal de Punta Arenas la suma de $5.000 en dinero efectivo o en bonos de la Caja de Crédito Hipotecario, como garantía de la formación e instalación legal de la Sociedad. Finalmente en el plazo de dos años, a contar desde la instalación de la Sociedad, debían estar introducidas en los terrenos arrendados 10.000 cabezas de ganado lanar, 200 vacunos y 150 caballares, para lo cual constituía el arrendatario una garantía efectiva de $10.000.

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¿Con qué contaba el señor Nogueira para hacer frente a tal cúmulo de obligaciones, tanto en dinero como en esfuerzos? No sólo había que organizar y crear, ocupando terrenos baldíos, montando una empresa, constituyendo garantías, contratando personal, luchando contra los hombres y contra la naturaleza, sino que había también que convencer a los futuros accionistas de la Sociedad, y, en el breve lapso de tres años, dejarla formada y en plena marcha.

La concesión había sido otorgada en Junio del año 1890 y la reducción del decreto a escritura pública se había hecho en Octubre del mismo año. En consecuencia, en Octubre de 1893 era preciso que la Compañía estuviese formada.

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Sin embargo, dos graves contratiempos se interpusieron en el camino de estos hombres emprendedores y esforzados. En el año 1891 estalló la revolución que derribó el Gobierno de don José Manuel Balmaceda, la cual tanto durante su transcurso como en el tiempo inmediato a la organización del nuevo régimen, produjo, como es de comprender, numerosos y grandes trastornos en la vida del país. No era aquel el momento indicado para buscar y obtener capitales ni menos para comprometerlos en la fantástica empresa que significaba colonizar Tierra del Fuego y montar allí una Sociedad de $1.000.000 de capital. Después, en el año 1893, cuando corría el mes de Enero, falleció don José Nogueira, circunstancia que parecía dar el golpe de gracia a la iniciativa. Quedaban apenas algunos meses y ni siquiera existía el arrendatario de las extensiones que debía explotar la futura Sociedad.

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La viuda de don José Nogueira, doña Sara Braun, no se desanimó por ello. Su hermano, don Mauricio, fue el colaborador irremplazable que encontró para el logro de sus anhelos. Sin desalientos ni desmayos, el pensamiento inmediato de ambos hermanos fue la búsqueda de capitales para dejar formada la Sociedad en el plazo que estaba a punto de expirar. Era imposible pensar en encontrar esos capitales en la zona austral. Las tentativas que se habían hecho en las Islas Malvinas y en Inglaterra tampoco habían tenido éxito, pues los capitales extranjeros no se atrevían a arriesgarse en una empresa tan difícil como la propuesta, agravada todavía por la cuestión de límites con Argentina, cuya decisión debía venir doce años más tarde. Era natural que, no estando definidos los territorios que en última instancia debían quedar bajo la jurisdicción del Gobierno chileno, los inversionistas extranjeros recelasen constituir derechos sujetos a las consecuencias de un debate internacional y a la decisión posterior que pusiese término al mismo.

No quedaba, en consecuencia, otro camino que buscar capitales en el centro del país, sitio en que eran más abundantes que en la zona austral y donde existía la posibilidad de interesarlos en una iniciativa de provecho para la misma nación.

Así lo resolvieron los hermanos Braun, quienes se consagraron con ejemplar denuedo a obtener los recursos que se necesitaban, realizando para ello frecuentes viajes a Valparaíso y a Santiago.

Cuenta el propio don Mauricio Braun que, corriendo los primeros meses de 1893, se hallaba bajo la viva preocupación de reunir esos capitales, cuando supo de la pasada por Punta Arenas del vapor "Iberia", perteneciente a la Compañía Inglesa de Vapores, a bordo del cual iba el prominente hombre de negocios don Pedro H. Mc Clelland. En aquella época el señor Braun era Jefe de la Casa Nogueira & Blanchard, transformada después en Braun & Blanchard, y quería ver al señor Mc Clelland para pedirle su intercesión a fin de que la mencionada firma obtuviese la Agencia en Punta Arenas de la Compañía de Vapores "Lamport & Holt". Al mismo tiempo contaba con dicha oportunidad para deslizar en la entrevista el tema de la explotación de los terrenos de Tierra del Fuego y de la formación de la Sociedad que debía encargarse de tan magna empresa.

Quisieron las circunstancias que el señor Braun no pudiera encontrarse a bordo sino en la noche, cuando el señor Mc Clelland se había ya retirado a su camarote. A los intentos que hizo para ver al viajero, se le respondió invariablemente diciéndole que era imposible, por la razón apuntada. Mas no era fácil que el visitante desistiese de su propósito, pues no había otra oportunidad de ver al señor Mc Clelland, ya que el barco zarpaba en pocas horas más. Dejarlo irse era dejar escapar la única ocasión de proponer el negocio a un hombre capaz de comprenderlo, de interesarse por la empresa y, lo que también era esencial, vinculado a poderosos capitales que podrían financiarla.

"Fue tanta la insistencia mía por verlo", refiere el señor Braun, "que no tuvo más remedio que salir de su camarote, envuelto en una bata y con algo de mal humor frente a este importuno que no lo dejaba dormir".

No obstante, había en ambos interlocutores condiciones de espíritu y de carácter que debían hacerlos entenderse. A las pocas palabras el señor Braun supo interesar al señor Mc Clelland. Lo que pudo ser una malhumorada conversación en cubierta, se convirtió en una charla sostenida y atenta, que se desarrolló por espacio de varias horas en uno de los salones del barco. El señor Mc Clelland indagó con pericia de gran financista. El señor Braun expuso con vigor y claridad de hombre de alta empresa. No pasó mucho rato sin que la inteligencia de ambos fuese perfecta y el interés del señor Mc Clelland hubiese llegado a su máximo. La nocturna entrevista terminó con la invitación formal hecha por el viajero a su visitante de que se dirigiese cuanto antes a Valparaíso, a fin de proseguir allí tan peregrina conversación y echar las bases de la Sociedad que en medio de tan extrañas circunstancias empezaba ya a delinearse y a cobrar formas tangibles y certeras.

Al mencionar los nombres de doña Sara y de don Mauricio Braun en los orígenes de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, es justo destacarlos con todo el relieve que corresponde a quienes sembraron e hicieron fructificar el primer germen de esta gran empresa. Sin ellos, la Sociedad no se habría formado; sin su visión, esfuerzo y extraordinarias condiciones de organizadores, la vasta industria que tanta riqueza ha dado a las regiones magallánicas, sería, acaso, una de tantas posibilidades irrealizadas.

En la organización de la Sociedad pusieron ambos hermanos en evidencia las cualidades que tan justamente les han dado más tarde memorables éxitos en los negocios. A doña Sara y a don Mauricio Braun se deben importantes empresas que, tanto en Chile como en Argentina, se distinguen por su solidez, hábil dirección y valioso aporte a la economía de dichas naciones.

El señor Pedro H. Mc Clelland, principal colaborador en dicha iniciativa, era un distinguido ciudadano inglés llegado a nuestra patria a fines del siglo XIX, para desempeñar el importante cargo de Jefe de la firma Duncan, Fox & Co. Muy pronto el señor Mc Clelland supo asimilar las costumbres y modalidades del carácter chileno, conviviendo íntimamente con los hombres de negocios, profesionales y figuras sobresalientes del país, entre quienes adquirió gran autoridad por su claro talento y su señalado espíritu de empresa.

Formó entre nosotros su hogar con doña Aurora Williamson, de una antigua y conocida familia de Valparaíso, y sólo regresó a su patria poco tiempo antes de estallar la guerra europea de 1914.

Así fue como la firma Duncan, Fox & Co. quedó vinculada a la constitución y al nacimiento de la que pronto había de llamarse Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego.

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