Región de los Lagos y Ultima Esperanza  

No es un secreto para nadie que la República esconde en su inmensa extensión sitios de una belleza incomparable. Viajeros extranjeros — más curiosos, por cierto, que nosotros los argentinos — se han manifestado sorprendidos de lo poco que se conocen las regiones pintorescas de nuestro suelo y en las cuales ellos hallaron maravillas comparables a las de Suiza y otros países del mundo, célebres por la belleza extraordinaria de sus paisajes. Ese poco interés que hemos demostrado siempre por informarnos de lo que guardamos en casa, en tanto que lo manifestamos y mucho, por todo lo que se nos ofrece con el prestigio de la etiqueta extranjera, no tiene disculpa cuando lo que provoca esa indiferencia, es el propio suelo. Porque indudablemente se ama mejor aquello que más se conoce y como tratándose de la Patria el amor a ella es un imperativo de la conciencia, acrecentar dicho cariño por la admiración que nos provoquen sus bellezas, es obra de estricta lógica sentimental. Por lo demás y bajo otro punto de vista, es indudable que un país no debe ser conocido solamente por sus puertos y ciudades importantes; por su comercio y por su industria; por sus riquezas en explotación y sus posibilidades para el porvenir. Hay otros aspectos en él que merecen también ser divulgados, ya que completan su fisonomía y le prestan características que es necesario tener en cuenta si es que se desea entrar en íntimo conocimiento con él. Se ha abusado, y mucho, del término "pampa" al hablar de nuestro territorio, como si todo él no fuese más que la llanura interminable y sin horizonte que implica el concepto. Ese eufemismo era de uso lógico antes del avance de la civilización hacia el desierto, cuando el territorio nacional terminaba propiamente en la línea que defendía el último fortín. Pero después de la campaña del Río Negro cayeron las barreras que hacían inaccesible una gran parte de la República al viajero curioso, el que pudo constatar que si tiene una faja ancha y triste que se extiende interminable desde las puertas casi de la metrópoli hasta las primeras estribaciones de la Cordillera — pampa que rompe sólo su monotonía al Sud de Buenos Aires, en el rincón serrano de Córdoba y en el jardín famoso de Tucumán — existen también otras regiones en las cuales la naturaleza parece haberse complacido en acumular todo el magnífico tesoro de sus bellezas. Se empezó a hablar entonces de los lagos patagónicos y de los canales fueguinos, pero sólo como curiosidades accesibles a exploradores audaces y a trascendentales hombres de ciencia. En realidad las dificultades que ofrecía el viaje, daban fundamento a esa afirmación. Mucha audacia y espíritu de sacrificio se requería para lanzarse a la aventura por un mero afán de turismo, cuando muy poco se sabía respecto a los recursos que podía ofrecer esas regiones patagónicas, que muchos ubicaban casi en los imprecisos límites del reino de la ficción. Otros, los que en su falta de información no llegaban a tanto — y éstos si que eran la inmensa mayoría — ignoraban en absoluto si el viaje a Santa Cruz, por ejemplo, se hacía por tierra o por mar. Es que en realidad muy poco interés ha despertado siempre nuestra geografía y lo poco que de ella sabemos, nos la enseñaron maestros memoristas, que no supieron para hacérnosla agradable, salir del consabido método de la enumeración y el fiel recitado de un texto abstruso y monótono. Lo aprendido así, pronto se olvida y como más tarde, pocas ocasiones hubieran de refrescar recuerdos, ya que en la vida diaria más fácil era oír hablar de Petrogrado o de Mosul, que del Lago Argentino o del cerro Fitz Roy, natural es que poco a poco se fuera perdiendo hasta la noción de la ubicación. El gobierno compartía esta despreocupación por nuestras tierras del Sud y en forma tal, que parecía que en su concepto no valía la pena extender su influencia más allá del Río Negro. Por otra parte, las gentes adineradas, las que pueden viajar y conocer, prefieren recorrer Europa o internarse en las tierras exóticas del Asia o del África, a incomodarse un tanto para admirar las bellezas y curiosidades que encierra el suelo de su patria. Es cuestión de buen tono …

Pero si antes, como hemos dicho, esa displicencia con que eran, considerados los viajes por nuestro territorio, podía justificarse con la carencia de comodidades que había para hacerlos, actualmente no podría afirmarse lo mismo, por lo menos en una forma general. No constituye ya una aventura arriesgada, hacer una excursión por las tierras patagónicas e internarse en ellas para conocer las maravillas que se ofrecen al viajero en las inmediaciones de la Cordillera. Todas esas regiones están más o menos densamente pobladas y el excursionista hallará recursos que ni siquiera sospecha. Claro está que mientras el ferrocarril no extienda sus rieles por la inmensa extensión de los campos patagónicos, uniendo el interior con la costa del Atlántico, el viaje no ofrecerá las mismas comodidades, pero no es exagerado afirmar que las bellezas que el viajero tendrá ocasión de admirar compensarán ampliamente todas las molestias que la excursión podría ocasionarle en la actualidad. Los caminos son buenos, en general, y las distancias que median entre los puertos y la zona de los lagos no son tan grandes como se cree.

Un automóvil puede recorrerlos en el día, pero si se quiere hacer un viaje descansado, se encuentran en el trayecto hoteles de campaña, en los cuales, con pretensiones discretas, puede pernoctarse perfectamente. Aparte de estos alojamientos el viajero hallará al paso infinidad de estancias, cuyos propietarios siguiendo una tradición nunca desmentida, le brindarán la más exquisita hospitalidad. Es muy raro el establecimiento rural en la Patagonia que no disponga de dos o tres piezas para huéspedes, como mínimo, y en ellas hallaría el turista un confort que no podrá menos que sorprenderlo. Pero aun en aquellas estancias pequeñas en que no abundan las comodidades, puede sin vacilaciones el pasajero llamar a su puerta, en la seguridad que el dueño de casa hará todo lo posible para que le resulte grata la permanencia en su hogar.

El medio de transporte es el automóvil y si bien es un poco caro en el caso de tener que alquilarlo para un viaje al interior, no es difícil que dentro de poco tiempo se establezca un servicio regular que permita rebajar mucho los precios, sobre todo si llegara a regularizarse una corriente de turismo durante los meses de verano.

Hace poco la Compañía Hamburgo Sud Americana, organizó tres viajes al Sud con su espléndido paquete Cap Polonio y es notorio el éxito que ellos alcanzaron. Muchas personas conocieron con ese motivo el Atlántico Austral, el Estrecho de Magallanes, los canales Fueguinos, Punta Arenas y otros lugares cuya importancia y belleza ni siquiera sospechaban. ¿Por qué no ha de suceder lo mismo con el interior? Falta la empresa que afronte la tarea de organizar las giras, porque no es arriesgado afirmar que los turistas no faltarían, sobre todo en el momento actual en que — tal vez por la triste notoriedad que le dieron los trágicos sucesos de los años 1921 y 1922 — la Patagonia despierta un interés que no hubiese sido fácil predecir hace sólo cinco años.

Natural es que no ofrece atractivos iguales realizar un viaje en un espléndido paquete que hace escalas en cierto número de puertos, en los cuales demora las horas necesarias a fin de que el turista eche una rápida mirada, para embarcarse en seguida y seguir viaje a bordo del cómodo barco transformado al efecto en un regio hotel y atrayente lugar de diversiones. Los atractivos que ofrecería una excursión al interior de la Patagonia serían de distinta indole, pero es indudable que llenarían de emociones gratas y de sensaciones insospechadas las horas del viajero. ¿Qué ello podría tener peripecias? Tal vez; mas puede afirmarse que con una organización hábil y bien meditada, las posibilidades de contratiempos, se anularían casi en absoluto, pero si aun así mismo algo imprevisto ocurriera, ello revestiría tan poca gravedad, que más que un percance vendría a ser un número extraordinario del programa.

Sabemos que se agita la idea de organizar giras a los lagos patagónicos y esa es la razón porque insertamos en esta obra la presente sección. Ella no puede ser tan completa como sería de desear, ya que la indole del libro no admite una descripción prolija y minuciosa; pero algo sin embargo, a pesar de su brevedad y desorden, contribuirá a despertar el interés de los presuntos excursionistas.

En el territorio que estudiamos, existen parajes que merecen ser conocidos, no sólo por su belleza, sino también por el interés científico que ofrecen al curioso que se decida a realizar el viaje con un propósito más trascendental que el de recrear su vista con el espectáculo magnífico de esa naturaleza casi virgen y llena de sorpresas. Los lagos Buenos Aires, Viedma, San Martín y Argentino y el Seno de Ultima Esperanza son los puntos más destacados por su belleza en la Gobernación de Santa Cruz. La parte más hermosa del Seno de Ultima Esperanza, está ya en territorio chileno, pero el pedazo que existe dentro de nuestras fronteras, sobre todo los cuarenta kilómetros que median entre las estancias Rospentek y La Primavera, merece ser recorrido.

El camino serpentea dentro de un tupido bosque despues de haberse abierto paso por picadas más o menos estrechas y saltando los obstáculos que le ofrecían los árboles centenarios, tendidos como gladiadores muertos, al pie de los cerros plenos de vegetación en verano y sobre la cual se destaca la albura del vellón de los millares de ovejas que pastan en la cima o en las faldas de esas sierras. El río Turbio corre zigzagueando por el valle después de haberse deslizado desde las alturas y a favor del declive del terreno y sorprendiendo con su curso de agua al viajero en cada encrucijada o vuelta del camino. Dieciocho veces hay que vadear su estrecho cauce antes de llegar a La Primavera de los señores Menéndez e Iglesias. Desde el magnífico chalet de este establecimiento el espectáculo que se domina es realmente magnífico. Altos cerros rodean por todas partes la propiedad y la vegetación busca en ellos todos los resquicios de la roca para introducir sus raíces. El río corre cristalino sobre la policromía de un lecho constituído por piedras de todas formas y tamaños y los chorrillos insinúan su surgencia entre el tapiz verde esmeralda de los pastos que riegan. Es un rincón de idilio en el valle y de una belleza grave y majestuosa en la montaña que lo circunda.

En territorio chileno y a poca distancia del río Turbio, se encuentra el paraje denominado Morro Chico, así llamado a causa de un cerro que allí se eleva y que refleja su mole sobre las aguas del río Penitente. El sitio es bellísimo y cómodo para ser visitado, sobre todo porque la existencia de un hotel bastante confortable, permite hacer allí una etapa antes de ir a Natales o internarse para conocer Rospentek y La Primavera.

A Morro Chico puede llegarse fácilmente en el día, marchando a una velocidad moderada, si se parte de Gallegos a una hora conveniente de la mañana. Pernoctando en ese punto que, como hemos dicho, es digno de conocer, se puede al día siguiente llegar con toda facilidad a Natales, después de hacer una parada en el sitio denominado El Turbio, situado sólo a una legua de la estancia Rospentek. Si se desea llegar a La Primavera, lo mejor es demorar un día en el lugar mencionado, pues ello permitirá hacer con toda comodidad el viaje de ida y vuelta a esa estancia, ya que el camino que a ella conduce ofrece las dificultades propias de la zona que atraviesa.

El viaje al Lago Argentino puede hacerse tomando como punto de partida las ciudades de Santa Cruz o de Río Gallegos. Cualquiera de los dos caminos es bueno y la distancia es más o menos la misma.

El camino que parte de Santa Cruz sigue la orilla del río del mismo nombre, sin atravesarlo. La meseta patagónica se extiende sin interrupción en todo el trayecto, para cortarse bruscamente en las costas del mismo lago. Algunos cañadones, que son los lechos de los antiguos ríos tributarios, rompen en parte la monotonía del viaje. Estos cañadones constituyen generalmente una sorpresa grata para el que viaja con un mero afán de turismo, no así para el hombre de negocios que debe refrenar en ellos la vertiginosidad de su marcha, obligado por las dificultades que ofrecen los caminos cuando los atraviesan. Los cañadones son depresiones más o menos profundas del terreno, que aparecen cuando uno menos se piensa. Recién cuando se llega a su borde y el vehículo en que se viaja empieza a descender, se da uno cuenta que un nuevo paisaje llega oportunamente para interrumpir por un momento la monotonía desesperante de la pampa alta. Ya en su interior, sobre todo en algunos de ellos — el cañadón de las Vacas y el de la Yegua Quemada en las proximidades de Santa Cruz — se tiene la impresión de ir marchando por un rincón serrano, tan altas y cortadas son las paredes que flanquean la ruta.

De nuevo en la superficie de la meseta llaman poderosamente la atención del viajero los enormes bloques de roca distribuídos irregularmente sobre ella. Según la opinión corriente esos bloques proceden de la Cordillera y fueron transportados hasta allí por los hielos durante la época glacial. Constituyen una prueba irrefutable de la teoría que afirma que la Patagonia en la edad geológica mencionada, se hallaba cubierta por una capa de hielos continua, vale decir que los ventisqueros de la cordillera llegaban hasta las proximidades de la costa atlántica.

Continuando la marcha a poco se perfilan en el horizonte los primeros cerros de la cordillera, llamada vulgarmente de los Baguales, y desde el sitio denominado La Bajada, mirando hacia la derecha, se alcanza a ver la superficie azul verdosa del Lago Argentino, destacándose sobre las faldas obscuras de las montañas. Poca distancia más a recorrer y surge al frente el cerro Torre en forma de catedral gótica, y el Fitz Roy, aislado como un gigante malhumorado y sobresaliendo sobre todos los demás por su altura y majestuosidad. Cuando los otros se cubren de nieve, el Fitz Roy sólo aparece empenachado de blanco, pues tan escarpadas son sus faldas que no permiten el estacionamiento de los copos, ni la formación del hielo.

Desde la estancia del que fue don William Dickie — un escocés chapado a la antigua, cuya verbosidad incansable y cáustica, iba pareja con el temple acerado de su voluntad y la amabilidad patriarcal con que brindaba a todos el refugio confortable de su home campesino — el camino conduce al lugar llamado Calafate, situado en la misma orilla del Lago, y en donde existen hoteles de campaña bastante primitivos, el Juzgado de Paz del departamento y un destacamento policial.

Desde aquí y a poco andar el paisaje cambia por completo. La vegetación empieza a insinuarse y los campos se cubren de un tapiz verde esmeralda que descansa la vista y alegra el ánimo.

Llegando a la estancia Anita dos excursiones terrestres igualmente atrayentes puede realizar el turista. Ir a la estancia Cerro Buenos Aires o a La Jerónima; desde ambas el espectáculo es grandioso, pues el lago, el monte, las cascadas, los cerros nevados y el sugerente misterio de los ventisqueros que se alcanzan a divisar en la lejanía, acechan con su belleza a cada instante la atención del viajero, provocando su admiración y su entusiasmo. Es que es imposible permanecer indiferente durante el trayecto que media, por ejemplo, entre la Anita y La Jerónima, ya que en ese rincón la naturaleza ha hecho un pródigo derroche de todas sus galas. La pluma es impotente para describirlo, pues la sugerencia del paisaje sobrepasa en mucho el poder evocador de la palabra.

La ruta se abre paso entre un bosque casi virgen de robles y de hayas antárticas, cuyos troncos se yerguen entre la maleza que cubre el suelo y que se enrosca a ellos como insaciables serpientes. El penacho de sus ramas se mueve agitado por el viento y puebla el silencio circundante de extraños y sugerentes sonidos. El lago está a la derecha y lo denuncian los reflejos plateados que se insinúan entre los intersticios del oscuro follaje. Un río … su corriente se despeña con la fuerza de una cascada sobre un lecho de piedras multicolores. La transparencia de sus aguas no le permite ocultar el secreto de sus profundidades. Viene desde arriba … Ha conocido el misterio de las cimas inaccesibles, más, fue manto blanco con que la montaña vistió su desnudez de piedra; besado por el sol transformose en la linfa generosa que viene a fecundar el valle y a hacer proficua la dura labor del hombre.

Un chorrillo … Malo le llaman, pero los campos verdes y el vellón magnífico de las ovejas que en ellos pastan, hablan con elocuencia de la injusticia de tal calificativo.

Una estancia … otra estancia … labor, actividad, riqueza y a su alrededor el magnífico espectáculo de una naturaleza virgen hasta ayer y hoy turbada en su sueño milenario por el paso ruidoso y atrevido del pioneer que viene a conquistarla. Al frente y a los flancos cerros y más cerros … los de la izquierda obscuros, sin más contraste en sus laderas que la nota verde que pone en ellas el pasto tierno que crece a la vera de algún chorrillo: los del frente y la derecha empenachados y manchados con nieve, y en el espacio hendido que separa las faldas de dos de ellos, la pincelada blanca de un ventisquero que viene a volcarse en las inmediaciones del lago. Más allá, el misterio del hielo, la sábana traidora llena de acechanzas y peligros.

Desde Punta Banderas, situada a una legua de la estancia Cerro Buenos Aires puede irse en lancha hasta la otra margen del lago y es de imaginarse lo que allí podrá admirar el viajero, si se tiene en cuenta que se hallará en plena región cordillerana.

Hecho el viaje al lago Argentino desde Santa Cruz, puede regresarse por el camino de Gallegos, lo que permitirá al turista conocer otra parte interesante del territorio ya que en el trayecto hallará algunas de sus estancias más importantes.

Excursiones a los lagos San Martín, Viedma y Buenos Aires pueden hacerse con más o menos la misma facilidad, aunque es necesario para ello partir de distintos puntos, pues por ahora no existen caminos que permitan pasar de uno a otro cómodamente, por lo menos en automóvil.

Es de esperar que con el tiempo se establezca una corriente regular de turistas hacia esas regiones tan dignas de conocer por su belleza y a las cuales con muy buen acierto se ha llamado la Suiza Argentina.

Falta sólo el espíritu emprendedor y la voluntad firme de un hombre, para que cuaje una empresa de tanta trascendencia para el porvenir de esas regiones y el mejor conocimiento del país. Porque es de imaginarse lo que se haría en la Patagonia el día que se la conozca y se vulgaricen sus recursos, si ignorada y abandonada como lo fue hasta hoy, el esfuerzo de unos pocos la trasformaron en un emporio que por la misma gravitación de su potencia, ha llegado a conmover la incurable indiferencia que merecía a los poderes públicos y el olvido en que la Nación tenía esa inmensa extensión de su patrimonio territorial. Y que no es de visionarios la empresa lo prueba el hecho de que ya hombres de negocios han pensado en ella y que algunos turistas — los precursores — cuyo interés se despertó a raíz de las giras del "Cap Polonio", hicieron en el verano pasado interesantes excursiones a las regiones cuyas bellezas hemos ponderado.

El porvenir dirá ciertamente, si es factible la intensificación del turismo a la Argentina Austral, tan interesante, por cierto, bajo el aspecto pintoresco, como el Iguazú y otras regiones de nuestro fecundo suelo que empiezan, por fin, a ser visitadas por nativos y extranjeros. En último término, creemos sinceramente, que todo se reduce a una cuestión de moda y como tal que cualquier día no lejano, nos brindará una sorpresa …

 
 

 Fuente: «La Patagonia Argentina», pp.032-043