La Liga Patriótica en el territorio  

A raíz de los sucesos que turbaron la paz del territorio en el año 1920 y cuando las bandas armadas recorrían la campaña cometiendo toda clase de abusos y depredaciones y las poblaciones costaneras, sobre todo Río Gallegos, vivían momentos de intensa inquietud ante la posibilidad de un ataque que amenazaban llevar contra ellas dichas bandas, surgió entre un grupo de argentinos residentes allí la idea de constituir un organismo que sirviese para aunar todas las voluntades en el mismo fin de proteger las instituciones amenazadas y realizar luego una campaña de sano nacionalismo que contrarrestase la propaganda ácrata y disolvente que desde mucho tiempo antes venían haciendo ciertos elementos que espontáneamente o enviados por otros habían llegado al territorio.

De acuerdo con ese propósito, el 10 de julio de 1921, se reunía en el Hotel Argentino de Río Gallegos un grupo considerable de personas caracterizadas de la localidad, con el objeto de llevar a la práctica la idea expresada, cuya urgencia, aparte de los hechos que hemos mencionado, se había encargado de poner de manifiesto la Federación Obrera que funcionaba en ese puerto, al pretender impedir, el día anterior, la realización de una fiesta preparada para conmemorar el aniversario patrio.

Después de un corto debate, pues todos los presentes reconocían la imperiosa necesidad de oponerse, en alguna forma al dominio que sobre las masas obreras estaban ejerciendo los propagandistas con la ayuda de algunos aventureros que se habían establecido en la ciudad, se resolvió constituir una brigada de la Liga Patriótica Argentina y pedir de inmediato el reconocimiento y la afiliación a la Junta Central, dentro de la categoría que, de acuerdo con los estatutos de esa asociación, le correspondiese.

De inmediato se iniciaron los trabajos para conseguir adherentes y ellos alcanzaron un éxito por demás halagüeno. Reconocida la brigada por las autoridades de la Liga, la tarea se intensificó; pues de inmediato tratóse de extender la influencia de la asociación a las demás poblaciones del territorio, aprovechando para ello los núcleos y centros ya formados y cuyas orientaciones y propósitos concordaban con las de aquella institución.

Los trabajos dieron el resultado esperado y en breve tiempo en los registros de las brigadas se habían anotado, en calidad de adherentes, la inmensa mayoría de los elementos de orden y de trabajo que residen en el territorio. Hubo que vencer para ello muchos obstáculos y el principal fue la indiferencia que como consecuencia de la cesación del movimiento subversivo, había sobrevenido; pues es característica de la población de la Patagonia la extraordinaria facilidad con que, desaparecida la causa que provocara su protesta o su entusiasmo, olvida las decisiones que adoptara para oponerse a ella, conjurar sus efectos o impedir su repetición en el porvenir. El elemento extranjero que en ella habita, aunque es doloroso decirlo, está vinculado a la Nación sólo por los intereses que en su suelo tiene y como no se ha tratado de atraerlo afectivamente o por lo menos nada o casi nada se ha hecho para imponerle un concepto claro y preciso del respeto y gratitud que debe al país que lo alberga y en el cual, tal vez, hizo su fortuna, es claro que sólo reaccione cuando aquéllos peligran y que vuelva a la pasividad inmediatamente después de haberse conjurado la amenaza que sobre ellos se cernía. Dada la indiferencia con que los nativos mirábamos hasta hace muy poco tiempo esas regiones del Sud, no debe extrañarnos que sus habitantes no hayan arraigado sus conciencias en el alma nacional y que vivan, puede decirse así, en la casa familiar pero sin intimar ni tan siquiera codearse, salvo los casos en que su interes anda en juego, con los dueños de ella. Evidentemente no puede hacerse responsable de su esquivez o de su frialdad al huésped, si el que lo recibió en el seguro de su hogar no supo atraerlo con sus atenciones y ganar su confianza con su hidalguía. Desgraciadamente eso hicimos los argentinos en el Sud, así que no debemos lamentarnos de la indiferencia y hasta prevención con que se nos trata; pero sí debiéramos desde ya trabajar con tacto y habilidad para transformar esa esquivez en cariño y esa prevención en una fe absoluta en nuestras instituciones, en nuestra administración política y en el destino grandioso de la Patria.

Logradas las adhesiones, como decíamos, se iniciaron los trabajos de propaganda entre la masa obrera de las poblaciones y del campo, valiéndose la brigada para esto último de la buena voluntad de algunos estancieros que se ofrecieron para difundir los postulados de la asociación, en la zona de influencia de sus respectivos establecimientos.

Así estaban las cosas, cuando el Dr. Manuel Carlés, presidente de la Junta Central de Gobierno de la Liga Patriótica, llegó al territorio para estudiar "de visu" los problemas sociales y económicos que interesaban a esa región del país y al mismo tiempo dejar definitivamente instaladas en Santa Cruz las brigadas que fueran necesarias para que la influencia de aquella asociación pudiera ejercerse en forma práctica y eficaz.

El doctor Carlés tuvo ocasión de manifestar la impresión extraordinaria que dejó en su ánimo la actividad febril que notó en los puertos en que hizo escala el buque que lo conducía y el ansia de progreso y adelanto que se exteriorizaba en todas las poblaciones. Su visita, bajo diversos conceptos, fue sumamente auspiciosa para la región.

De acuerdo con el plan formulado por el presidente de la Liga Patriótica, se fundaron en las estancias principales del territorio, sub-brigadas, cuya dirección se encomendó al propietario o administrador del establecimiento. Se las proveyó de escudos y banderas, con la recomendación de poner aquél en sitio bien visible de la casa principal o de otra que podía destinarse para local de la brigada y de izar el pabellón todos los domingos y fiestas patrias, tratando de dar a ese acto toda la solemnidad posible. Aparte de esto debían realizar una propaganda a base principalmente de persuación personal entre sus peones y empleados, tratando siempre de no alarmar sus convicciones, ni ejercer presión sobre sus ánimos.

La tarea que la institución se propuso debía ser lenta y metódica y sus dirigentes tenían que pertrecharse para realizarla de mucha paciencia y sobre todo de un gran espíritu de sacrificio. Pero los resultados se están palpando ya y no es arriesgado augurar para un porvenir relativamente cercano, un éxito completo a la campaña iniciada bajo tan favorables auspicios.

Los domingos, en el momento en que en algunas estancias se realiza la ceremonia de izar el pabellón nacional, en presencia de los empleados y peones del establecimiento, muchos de los cuales, a pesar de vivir años en esta tierra, no conocían los colores de su bandera, podemos asegurar, porque lo hemos presenciado y sentido, que una conmoción imperceptible en unos, más intensa en otros, agita sus almas y se marca en sus semblantes atezados por el sol y agrietados por el aire frío y cortante de las pampas. Esa emoción por primaria y simple que sea, basta por ahora: es el alma de la Patria que se ha insinuado en la de esos extranjeros, antes indiferentes para ella, pero que ahora al contacto de esa emoción, producto del respeto ingénito por los símbolos o quizás del temor por el poder que ellos representan, han empezado a sentirla y mañana, tal vez, llegarán a amarla.

 
 

 Fuente: «La Patagonia Argentina», pp.096-098