Exmo. señor General Presidente don Manuel Bulnes.
Callao, julio 21 de 1842.
Señor mi general y amigo muy amado:
[…] Usted está, mi querido general, bien impuesto por nuestras conversaciones en Lima, sobre mis empeñosos deseos de ver enteramente realizadas las bendiciones de la civilización y de la religión sobre los habitantes del vasto territorio situado entre el río Bio-Bio y el cabo de Hornos; y que a mis instancias se declaró por la Legislatura Nacional de 1822, ser parte integrante de la República chilena.
Estos habitantes divididos en dos clases, los unos que están entre el Bio-Bio y confines de Osorno y las islas de Chiloé, y los otros que existen entre el cabo de los Tres-Montes y el cabo de Hornos: los unos son la nación heroica; nación del noble e indómito Arauco, que llevan el más alto nombre en la historia de los indígenas de América mientras los otros tienen el del desnudo bruto salvaje de la Tierra del Fuego o fueguinos, sumidos en la más baja profundidad de la degradación humana.
Estos son hechos que no ignoraba cuando propuse la leí que confiriera sobre estos pueblos el título de ciudadanos chilenos […] Yo por tanto confiaba, mediante la asistencia del Señor, ser su humilde instrumento para conferir sobre tan grande número de nuestros prójimos, una porción de lo que eran los unos intitulados a nuestra consideración, como los otros a nuestra compasión.
Cuán tristemente fui equivocado en estos cálculos, no creo necesario decirlo a Usted que está demasiado impuesto de las causas y circunstancias que demoraron mis esperanzas en ese respecto, y de las que han impedido su realización. Mis más vivos deseos sobre la materia, por tanto, son y serán siempre constantes y permanentes sin alteración, porque se cumpla una obra y trabajo tan necesario a la propia seguridad, como esencial a la humanidad. […]
Q. B. S. M.
Bernardo O'Higgins.
[?], agosto 4 de 1842.
Señor mi General y amigo muy amado:
Aunque encuentro mi salud mucho mejor, gracias a Dios, […] considero que no debo dilatar en comunicar a Usted mi querido general, por la pluma mis pensamientos sobre varias materias de grande importancia a nuestra muy amada patria, y que había deseado antes de ahora, haber tenido el gusto de haberlo hecho personalmente.
[… Pide] la atenta lectura de la carta y documentos que con esta fecha dirijo al señor Ministro de Relaciones Exteriores. […] De sus contenidos verá Usted que ellos hacen relación a materias de no ordinaria importancia. A la verdad, no ocultaré del conocimiento de Usted la opinión y el pensamiento que ha ocupado siempre mi imaginación. Que entre todas las medidas de mi Gobierno no hubo alguna en que haya incurrido en mayor responsabilidad ante Dios y los hombres, que al sancionar la ley, por la que los límites de nuestra patria se hacían extensivos hasta el cabo de Hornos, sin tomar al mismo tiempo medidas efectivas para conferir las bendiciones de la civilización y religión sobre todos los habitantes comprendidos dentro estos limites. Yo por tanto me consideraría el más desgraciado, sino estuviese plenamente satisfecho que los autores de la revolución del 28 de enero de 1823 fueron solamente los responsables, por el vergonzoso descrédito que recayó sobre la nación a consecuencia del total abandono demostrado a la moral, a la religión y condición física de los desgraciados, desnudos e ignorantes habitantes de la Patagonia Occidental y de la Tierra del Fuego desde el año de 1822 en que se hicieron ciudadanos chilenos, en virtud de la ley que declaró su suelo parte integrante de la República. Por mi parte, puedo seguramente declarar que nunca he cesado de sentir muy profundamente por su deplorable situación, no solamente después de la adopción de esa ley, sino desde que vi la triste narración del naufragio de la fragata de S. M. B. La Wager en el golfo de las Peñas, escrita por el finado almirante Byron, y cuya narración leí por primera vez, cuando estudiaba en una de las academias de Inglaterra en mi niñez.
[... Espera que, durante la presente sesión del Congreso Nacional, se ponga] bajo seria consideración la deplorable situación de los miserables destituidos seres que habitan tan grande extensión del territorio de la República, y a quienes, Usted mi querido general, como padre de la patria, está obligado a mirar como sus propios hijos, no creo necesario decir más para excitar sus sentimientos humanos y benévolos, satisfecho, que los impulsos de su noble corazón, lo empeñarán a hacer todo lo que sea posible para conferir las bendiciones de la industria, sana moral y religión sobre la más desgraciada e ignorante porción de toda la raza humana, sin excepción, y quienes están ahora intitulados por ley a llamarse asimismo ciudadanos chilenos.
Soy de Usted su amigo, invariable y atento servidor.
Q. B. S. M.
Bernardo O'Higgins.