(Traducción del original en inglés, publicado en Punta Arenas por la Iglesia Anglicana /*/)
[Nota: Este texto es la continuación de una memoria de viaje - cuya primera parte no se ha encontrado aún.]
... huerto muy grande y bien surtido, casas de los colonos, almacén, carpintería, herrería y aserradero impulsado por un molino de agua. Al día siguiente - domingo - no salimos temprano porque, a decir verdad, me sentía muy cansado; a las 4 de la tarde partimos en los caballos que muy amablemente nos había prestado Mr. Dun. A las 7:45, todavía sin avistar la casa donde debíamos pernoctar, hicimos campamento en un sitio precioso y bien abrigado. A las 4 de la mañana, ya estábamos listos para reemprender el viaje y, antes de partir, nos tomamos una taza de café. A las 8 llegamos a Coy Aike Alto, donde desayunamos. Desde allí, tuvimos que cruzar a campo traviesa, sin huella alguna, por lo que no llegamos a la casa de Mr. Richards hasta las 7 de la tarde; éste nos recibió con gran hospitalidad, lo que apreciamos enormemente.
Me olvidé de mencionar que, durante el viaje, en la pampa alta, habíamos descubierto un nido de avestruz y tomado 7 de 12 huevos, con los que hicimos una rica tortilla donde Mr. Richards. Debo hacer una pausa en mi relato para describirles la casa de Mr. Richards. Imagínense estar a una distancia de 500 millas de cualquier parte; hora, 9 de la noche; local, una choza de adobe, con techo de paja y vigas hechas de árboles del bosque; un fogón grande al estilo antiguo y dos galgos cazadores de avestruces estirados frente a él; un banco rústico cortado de un tronco de árbol apoyado sobre unas ramas, cubierto con arpillera y relleno con lana, destinado a ofrecer un cómodo asiento al viajero que llegase de una larga cabalgata. Sentados en él, están el patrón Mr. Richards y Mr. Lundberg; hacia la derecha, está Mr. Antonio Zonzzia - portando un antiguo sombrero "Panamá", un abrigo que seguramente se puso en honor a las visitas, y unos pantalones de montar que mejor no describo - quien está haciendo funcionar un espléndido fonógrafo marca Edison, equipado con todos los últimos adelantos; al fondo, se divisan un par de "paisanos" (por estos lados, no se les debe llamar "indios"), los que seguramente llegaron atraídos por la música.
Por el lado izquierdo de la chimenea está el suscrito, sentado en un sillón fabricado de un barril de harina, intentando anotar una descripción adecuada de este escenario. La habitación en sí misma es peculiar: frente a la puerta hay una cama alta, hecha de pieles de avestruces, guanacos y zorros, y sobre ella descansa un galgo grande cazador de guanacos; a su lado, un par de gallinas anidan tranquilamente. Las paredes están adornadas con una variedad de avisos e imágenes de periódicos con ilustraciones; hay artículos de montar desparramados por todos lados; sobre nuestras cabezas, en todas direcciones, hay fijados cordeles de pita y de cuero, de los que cuelgan un conjunto variado de toallas, tazas, intestinos de oveja, ponchos, tiras de cuero, pedazos de carne, tijeras, cayundas, alambres, etc.; también, entre la paja del techo, se nota el mango de una pala, aparentemente conservado ún uso futuro.
La repisa a mi costado está ocupada por una cantidad de ollas, huevos de avestruz, platos, conservas en vinagre, carne cocida, copas de vino, té, leche fresca, tenedores y cucharas, etc. No hay cuchillos, porque cada hombre saca el suyo de su bota (o de donde sea que lo guarde), lo limpia en sus pantalones, y acto seguido, corta la carne. Entre la "despensa" - como se podría llamar esta repisa - y la puerta, se halla otro banco con un muy abollado lavatorio esmaltado, un cubo de fierro galvanizado, que fue nuevo alguna vez y una gran barra de jabón azul: éste es el lugar para el aseo familiar. Sobre el banco, hay un espejito oval trizado y dos peinetas no terriblemente limpias, pero amablemente dispuestas para conveniencia de todos los huéspedes. La puerta de la casa queda abierta, día y noche, para suministrar aire fresco y luz.
Encontré muy incongruente estar escuchando, en este entorno, las melodías de las últimas óperas y las nuevas canciones de Londres. Pero, no puedo terminar sin reconocer que, aunque en un ambiente pintoresco y extraño, la recepción hecha a todo británico por parte de Mr. Richards y su sobrino Don Antonio es de lo más acogedora; yo, personalmente, nunca voy a olvidar las atenciones que me brindaron en esta rústica,
Al día siguiente, ambos sentimos la necesidad de un descanso, y por la tarde el señor Lundberg hizo un trato con un colono que vivía arriba en el valle y contrató sus bueyes para ir a Puerto Dun a traer las carretas con la señora Lundberg. Yo ubiqué a un peón que iba a Río Huemules en busca de trabajo. Sugerí irme con él y así lo acordamos. Partimos el día siguiente a las 8 de la mañana y después de un viaje largo de todo el día llegamos a Río Huemules. El campo por aquí es muy hermoso, pero desgraciadamente hay cosas tales como, leones e inviernos. Si no fuera por dichas dos cosas, el lugar sería ideal. Mr. Brooks estaba muy contento de verme, pero no tanto como estaba yo, por verlo a él. Muy rápidamente me acomodé a la rutina del lugar. Todos acostados a las 8 de la tarde y en pie, a las 03.30. Las comidas eran: café a las 4 de la mañana, desayuno entre 9 y10, té a las 2.30, cena a las 6 de la tarde, y luego, a la cama de nuevo. Una vida buena y sana, pero que podría aburrir és de un tiempo.
El tiempo estuvo muy bueno mientras estaba en Río Huemules, pero había mucho viento todo el día y toda la noche: me parecía ser un persistente viento del oeste. Disfruté mucho de mi estadía, y en dos ocasiones salimos a cazar leones (en Inglaterra, deberíamos llamarlos "pumas"); pero, no tuvimos suerte, porque aunque encontrábamos sus huellas, nunca logramos verlos, ni sentir su olor. Era muy molesto, ya que entraban en la noche y mataban nuestras ovejas, sin que pudiéramos rastrearlos en la mañana. Creo que esto se debía en parte a que no teníamos buenos perros cazadores: debido a los fuertes vientos, el olor no permanecía el tiempo suficiente para que un perro ordinario pudiera seguirlo con certeza. Una de las cosas que más me sorprendió en Río Huemules fue la gran cantidad de flores silvestres, y las frutillas: no es la variedad que tenemos en Punta Arenas, sino verdaderas frutillas silvestres; el lugar estaba lleno de sus flores, y no se podía caminar sin pisarlas. Mr. Brooks me asegura que en algunas partes uno se puede sentar y reunir una pinta sin moverse; son muy grandes, muchas de ellas del tamaño de una nuez.
La casa de Río Huemules es extremadamente primitiva. Las paredes están formadas de troncos hundidos en la tierra, uno al lado del otro, con los resquicios rellenos de musgo. El techo tiene 8 planchas de zinc, cada una de 9 pies, de lo cual se deduce fácilmente que las dimensiones interiores son de 16 por 9 pies, poco más o menos. En este pequeño espacio caben 4 literas. Un lado está casi totalmente ocupado por una inmensa chimenea, que es obligatoriamente grande porque está hecha con bloques de madera, y si no hubiera suficiente espacio, la casa podría incendiarse. Hay un lindo jardín en formación, y las plantas son regadas por pequeños canales, cuya agua se toma de un riachuelo cercano.
En la tarde del 3 de diciembre, atamos dos caballos para que pudiéramos partir temprano. El 4 de diciembre nos levantamos a las 3.30 de la mañana, y después de ver que los caballos estaban bien, bajamos al río para nuestro aseo matinal. Al volver media hora después, nos sorprendimos de ver un solo caballo - el otro se había escapado. Enseguida enviamos a un hombre a buscarlo, pero no fue hasta las 6 que lo trajo de vuelta y pudimos partir - mientras tanto, habíamos juntado nuestras cosas y tomado café. Después de una hora de viaje, llegamos a un galpón donde había un bote de lona de la Comisión de Límites; al inspeccionarlo, comprobamos que se encontraba en buen estado. Al mediodía llegamos a la parte superior de Laguna Blanca y visitamos a un hombre quien, según nos habían dicho, tenía buenos sabuesos para cazar leones (yo los llamaría más bien perros entrenados, que sabuesos). Aquí me separé de Mr. Brooks; él se quedó para negociar la compra de uno de los perros, y yo me puse en camino de regreso al río Mayo, adonde llegué a las 5.30 p.m. después de 11½ horas de viaje a través de un país carente de interés.
Al día siguiente, salí temprano con mis dos caballos, que habían permanecido en Río Mayo para una semana de descanso. Llegué a Coy Aike Alto antes del mediodía; aquí descansé una hora en la cabaña que fue construida para los carreteros, ya que nadie vive allí. Luego seguí adelante, pero mis caballos eran tan debiluchos que tuve que dejar uno en el camino a las 4 p.m., y tuve que arrastrar el otro durante las últimas cinco millas. Así las cosas, llegué a Coy Aike Bajo a las 8.10 p.m. Cualquier hombre de campo que me conozca dirá que cabalgué muy rápido; pero, la distancia es de 21 leguas y me tomó 14 horas y 10 minutos recorrerla, por lo que no creo haber presionado demasiado a los caballos. Yo me quedé en Coy Aike Bajo algunos días para pescar en el Río Aysén, que tiene abundantes truchas pequeñas. La mayor parte del tiempo estuvo muy lluvioso; luego nos fuimos a Puerto Dun. La cabalgata por la famosa carretera fue extraordinaria, ya que hay que vivir la experiencia para creer la cantidad de barro y lluvia. Es suficiente decir que no exagero al estimar entre 8 y 9 pulgadas el promedio de profundidad del barro en estas 61 millas.
Pasamos un día en Puerto Dun, después seguimos a Caleta Chacabuco. Aquí estuvimos siete días en un galpón, esperando el vapor que vendría y nos recogería. Aun en días asoleados, este lugar no es entretenido, ya que no hay un lugar seco ni para la planta de los propios pies, excepto los 30-40 pies del muelle. Durante mi estadía fue Lluvia, Lluvia, Lluvia, todo el día, todos los días, lo que de ninguna manera aumentaba "la alegría de la espera" en un galpón, en un bosque patagónico. Pero, a pesar de las lluvias, hicimos un par de excursiones al bosque. Finalmente, llegó el pequeño vapor "Imperial". Nos informaron que, hacía unos días, el "Alm" había pasado rumbo al sur; mientras, el "Westfold" había seguido al norte. Por eso, decidí embarcarme en el "Imperial" hacia Puerto Montt.
El "Imperial" era un pequeño vapor de 60 toneladas. No tenía alojamiento para pasajeros y la bodega estaba repleta de peones que regresaban a sus tierras. Por falta de donde tenderme, tuve que buscar una tabla y apoyar sus extremos en dos baldes para mantenerla separada de la cubierta mojada. Sobre sus 10 pulgadas de ancho, puse mi poncho, después, mi persona y sobre ella, mi impermeable. Advierto a quienes no lo han hecho, que hay que mantenerse sumamente quieto si están durmiendo en una tabla de 10 pulgadas y no quieren caerse. Yo, por mi parte, no podía mantenerme lo suficientemente tranquilo, por lo que me caí varias veces sobre la cubierta mojada. Después de 6 días bajo estas duras condiciones, llegamos a Calbuco. Allí encontramos al "Lebu" de la Línea SudAmericana, y nos embarcamos rumbo a Corral, donde arribamos el 27 de diciembre. El último día del año pasado, partí en el "Thuringia", y llegué a Punta Arenas el 4 de enero. Así terminó un viaje muy agradable e instructivo.
C. A. M. [Charles Amherst Milward, 1859—1928]