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Biblioteca Patagónica

Expediciones francesas a las Malvinas y al Estrecho de Magallanes, 1764-1766
Personajes principales: Bougainville, Duclos-Guyot, Giraudais y Saint-Simon
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[Traducción al inglés, pub. 1771 : se han agregado anotaciones para la edición web]

Extracto del Diario de viaje del Sr. Alejandro Duclos-Guyot, en la Fragata "el Águila", en el Estrecho de Magallanes, 1765  [Pernety, 1769, vol. 2, pp. 639-646]


[Encuentro con la escuadra británica bajo el mando del Comodoro Byron]

El domingo 27, por el oeste, avistamos 3 navíos. El 2 de febrero, viendo que éstos no entraban en la bahía, zarpamos rumbo al Estrecho de Magallanes. El tiempo estuvo bastante variable durante la travesía. El martes 12 de febrero, reconocimos Cabo Lookout, en la costa de los patagones. Después de haber dado una vuelta, nos encontramos a tiro de cañón de una roca, tan grande como nuestra chalupa, la que nos costó evitar a causa de las corrientes y el agitado mar. Esta roca no está marcada en nuestras cartas de navegación. ¶ El sábado 16, vimos los dichos tres navíos siguiendo la misma ruta que nosotros. El 17, entramos en el Estrecho, en compañía de los tres navíos. El lunes 18, después que nosotros habíamos anclado, al pasar uno de ellos por la costa, tocó fondo. Hacía buen tiempo. Enviamos nuestros botes con un Oficial, anclas y cables, pero el barco pudo soltarse y partir sin daño. Ahí fue cuando supimos que eran ingleses. /*/

/*/ Era en efecto la pequeña escuadra del Comodoro Byron. Este hecho fue contado en la narración de su viaje alrededor del mundo, de la manera siguiente:
"A las cuatro de la tarde, el Maestro de la Florida fue a bordo del Delfín, llevando consigo los despachos del Almirantazgo para el Comodoro. — él había pasado varios días en busca de la isla Pepys, pero debió finalmente desistir, igual que nosotros. — Para nuestra sorpresa en la mañana del segundo día, después de haber dejado la bahía en compañía del Tamer y el buque de aprovisionamiento, avistamos un velero desconocido, lo que realmente nos consternó. El Comodoro creyó primero que este navío era un barco de guerra español que, habiéndose enterado de nuestro viaje, había venido a interceptarnos; y, dada esa suposición, dio órdenes de aprestarse a "darles un buen recibimiento" y saltar al abordaje, después de haberla rodeado con los dos barcos, si nos atacaba. Mientras realizábamos nuestros preparativos, lo perdimos de vista. Mas como el lunes en la mañana, lo viéramos anclado a tres leguas de distancia, continuamos nuestra ruta hacia Puerto del Hambre. Sin embargo, nos dimos cuenta de que todavía nos seguía, aunque a gran distancia; echaron ancla cuando nosotros lo hicimos. El 20 nos ocupamos solamente en montar los cañones y pronto teníamos 14 sobre el puente; echamos ancla, con el Tamer a la popa, listos para cortar el cable..."

Así nosotros poníamos sumo cuidado en tomar las medidas, sugeridas por la prudencia, para protegernos de un peligro imaginado. A causa de un accidente imprevisto de la Florida, nos dimos cuenta de que no teníamos nada que temer, y que no debíamos ver como nuestro enemigo al navío contra el cual nos estábamos armando. Mientras nuestro barco de provisiones maniobraba contra el viento, tocó fondo en un banco de arena cerca de la costa, que estaba a casi dos leguas de nosotros. Casi al mismo tiempo, el navío desconocido avanzaba y, viendo a la Florida en peligro, echó el ancla y bajó chalupas para ir a socorrerla. Pero, antes de que éstas llegaran, nuestros botes ya habían abordado la Florida; el Oficial a cargo les ordenó que no dejaran subir a los extranjeros a bordo, pero que les agradecieran, con la máxima cortesía, su buena voluntad de ayudar. Después supimos que era un barco francés y como no tenía cañones que pudiéramos ver, pensamos que sería un barco mercante que había llegado al lugar en busca de agua y leña. El 21, reentramos en puerto Hambre y amarramos los buques."

[Puerto del Hambre: encuentro amistoso]

El viernes 20, los ingleses echaron ancla en la bahía del Hambre; nosotros seguimos navegando hasta el 21. Fondeamos a una distancia de 5 leguas de los ingleses en una bahía que llamamos Bahía Águila, pues no tiene nombre en las cartas de navegación. El lunes 21, el Sr. de Bougainville descubrió una bella bahía, o puerto, a una legua y media al S, hacia donde fuimos y amarramos el barco a cuatro árboles, bien protegido, a una legua de bahía Francesa. La llamamos Bahía Bougainville. Sacamos buena madera y la embarcamos cómodamente remolcándola con un calabrote [cabo grueso de soga, Ed.]; la madera se cortaba en la orilla. Estuvimos ahí hasta el 16 de marzo, siempre con buen tiempo, caluroso. Dos veleros ingleses pasaron rumbo a la Mar del Sur (Pacífico ED) el 25 de febrero. El 16 de marzo en la mañana, después de haber dejado una bandera francesa, izada en una cabaña, y algunas mantas, teteras, hachas y otros utensilios limpios para uso de los salvajes, zarpamos. Después de haber avanzado una legua, nos pilló la calma y fuimos a fondear en la Bahía del águila. ¶ El 17, calma. El Sr. de Bougainville se encontró con algunos salvajes cuando fue de caza. Se acercó a ellos y le parecieron muy apacibles. El martes 19 zarpamos nuevamente; el 20 en la mañana, con el viento en contra, fondeamos en la Bahía Hambre. El 21 en la mañana, los salvajes nos llamaron: fuimos donde ellos. Nos demostraron que tenían muchas ganas de venir a bordo. Trajimos a seis, los que no parecían sorprendidos de lo que veían: les hicimos regalos. Estos hombres son como los indios de Monte-Video, más o menos, se visten con pieles de lobos marinos, guanacos y vicuñas: se veían muy pobres; no les gusta el vino, pero sí, la grasa. Los vestimos con ropas rojas y les dimos utensilios domésticos; luego, los devolvimos a tierra, gritando siempre "Viva el Rey de Francia", lo que repetían muy bien. Les dejamos una bandera flameando. Expresaron buena voluntad hacia nosotros, dándonos sus arcos y flechas. Cuando los vimos, estaban pintados de blanco y con puntos: pero, en cuanto les dimos bermellón [color rojo de minium  = plomo rojo, Ed.], no, cinabrio [mineral de la clase de los sulfuros, Ed.], se pintaron enseguida. Les parecía gustar este color. Al regresarnos, nos saludaron con un "Viva el Rey", habiéndolo retenido en francés, después, dieron gritos a su modo, alrededor de la bandera. A medida que nos alejábamos, aumentaban sus fogatas y sus gritos.

Esto es más o menos todo lo que puedo decir sobre los habitantes patagones. No hemos podido visitar Tierra del Fuego. Pienso que son casi los mismos que atraviesan el estrecho en sus canoas de corteza. Tenían un tipo de hacha, cuando los vimos la primera vez; después, se cuidaban de esconderlas, al igual que a sus mujeres y niños.

[Partida]

Finalmente, el martes 23 de marzo salimos del famoso estrecho, tan temido, después de haber probado que, como en otras partes, hacía buen tiempo y calor, con calma las tres cuartas partes de los días.

Es de notar que, cuando el mar entra por la parte norte, se retira y es baja: lo que es extraordinario. Tuvimos prueba de ello diariamente. En el centro, las corrientes son normales; pero, a la entrada de las angosturas son muy fuertes. Corren por lo menos, a 2 leguas y media y tienen como 4 brazas de profundidad.

No hay bosques en ninguno de los dos lados de la entrada del Estrecho. Hay llanuras inmensas. Los bosques comienzan cerca de 24 leguas tierra adentro, tanto en la tierra de patagones [lado Norte, Ed.], como en (Tierra del) Fuego. Pocos animales, muy cazados; pocos pescados y nada de las hermosas conchas tan alabadas, al menos en otros lugares que hemos visitado.

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Extracto del Diario de viaje del Sr. Alejandro Duclos-Guyot, en la Fragata "el Águila", en el Estrecho de Magallanes, 1766  [Pernety, 1769, vol. 2, pp. 653-684]

[...] El domingo 4, de madrugada, estábamos a casi 4 leguas al SE de Cabo Posesión. Al mediodía, al NNE, dos leguas y media. Hay una cadena rocosa y un banco cerca del Cabo Orange. Es bastante largo y por eso hay que acercarse más al lado de la tierra de los Patagones. Notamos un fuego en la costa y, al acercarnos, vimos unos hombres a caballo y muchos otros a pié. Cuando estuvimos frente a ellos, nos llamaron, pero no pudimos entender su lengua. Les respondimos con gritos e izamos nuestro pabellón. Cinco de ellos nos siguieron a lo largo de la costa, como por dos leguas. Al caer la noche, los perdimos de vista. Parecían buenos jinetes, manejaban sus monturas bien, y los caballos eran ágiles.

[...] Como a las tres de la tarde [lunes 5 de mayo], vimos que el mar entraba en la angostura, con luna de 26 días; eso indicaba una posición para la angostura de E y O: lo que dará marea alta a las 6 horas 12 min. los días de luna nueva y luna llena.

[Bahía Boucaut: primer encuentro]

El martes 6, los salvajes aparecieron como a las nueve de la mañana, y comenzaron una fogata en la costa, cerca del riachuelo Baudran. Nosotros izamos la bandera, y el Sr. Gyraudais su insignia. Enseguida, bajamos nuestro bote y chalupa con gente armada de fusiles y sables. En la chalupa del Sr. de la Gyraudais, iba un Oficial de tropas, con regalos para los salvajes. En mi bote, iban siete marineros y tres oficiales, bajo el mando de mi hermano. A las once, los vimos desembarcar y ser recibidos por hombres a caballo, lo que me pareció un buen augurio de paz. Nada especial pasó hasta mediodía.

Mi hermano me informa que los salvajes, o naturales del país, son diferentes de los que vimos el año pasado en Bahía del Hambre, y que hablan una lengua diferente. Eran seis hombres y una mujer con sólo seis caballos, cada uno guardado por un perro que no los abandona.

Acogieron muy bien a nuestra gente, mostrándoles donde debían atracar y bajar. No parecían asombrados, ni demostraban ninguna emoción. El más pequeño, o el menos alto de entre ellos, fue medido y mi hermano dice que medía cinco piés y siete pulgadas. Los otros eran mucho más altos. Se cubrían con pieles de ciervos, guanacos, vicuñas, nutrias y otros animales. Sus armas consistían en piedras redondas, elongadas y puntudas en dos extremos. La parte redonda va unida al extremo de un cordón hecho de correítas estrechas, trenzadas y dispuestas en forma circular, como la cuerda de un reloj, formando como una honda; en el otro extremo, hay otra piedra, en forma de pera, la mitad del tamaño de la primera y parece tener un forro de vejiga.

Son utilizadas especialmente para lacear animales, para lo cual son muy diestros, como lo demostraron frente a nuestra gente en un experimento hecho en su presencia. Tienen también otras hondas, hechas de forma similar. Montan bien sus caballos, utilizando una especie de silla, parecida a la de nuestros caballos de carga. Las sillas están hechas de dos trozos de madera, forrados en cuero, y rellenos de paja. El bocado de la brida es un pequeño palo y las riendas son trenzadas como los cordones de sus hondas. Usan botines, o polainas de cuero, sin quitarle el pelo; dos pedacitos de madera ajustados a los costados del talón, unidos en punta, sirven de espuelas. Sus pantalones son calzones cortos, similares a los de los salvajes de Canadá; son de buen corte. ¶ Se nota que han estado en contacto con españoles, porque tienen un cuchillo de dos filos, que colocan entre sus piernas. Las polainas son hechas como las de los indios de Chile. Dijeron algunas palabras en español, o derivadas de él. Al mostrar a la persona que parecía ser el jefe, dijeron Capitán. Cuando querían fumar y pedían tabaco, decían Chupan.

Fumaban como los chilenos, exhalando el humo por las narices; les gustan mucho el tabaco y las pipas. Al fumar, decían buenos y se golpeaban el pecho.

Les dimos pan fresco y bizcochos, que comieron de buena gana. Los regalos que se les hicieron eran algunas libras del rojo que llamamos bermellón: algunos gorros rojos de lana que, aunque de buen tamaño para cabezas comunes, eran demasiado pequeños para ellos. También, les dimos frazadas, hachas, teteras y otros utensilios.

Mi hermano puso su pañuelo alrededor del cuello del jefe, quien lo aceptó y procedió inmediatamente a quitarse su cinturón, hecho de correas trenzadas como la cincha de la silla del caballo, con una bola de piedra medio forrada de cuero, en cada punta, y una tercera piedra también unida, hacia el medio de la cintura, además de una piedra de afilar. El ofreció este cinturón a mi hermano, y se lo puso alrededor de la cintura, en expresión de su amistad por él. Se les dió a entender que nosotros iríamos más allá en el estrecho; y ellos nos hicieron señas que ellos se acostarían en cuanto se pusiera el sol, mostrando la acción de acostarse y la de roncar, para dormir.

En cuanto nuestros navíos se hicieron a la mar, ellos montaron sus caballos y se dirigieron hacia donde les habíamos indicado que íbamos.

Los salvajes parecían ser astutos, gallardos, amantes de recibir, más que de dar. Se arropaban en sus pieles de animales, entrecosidas, como hacen los españoles con sus capas. Nuestros caballeros mataron algunas perdices; vimos lobos, zorros, y muchas ratas; pero, nada novedoso.

El jueves 8, a las 6 de la mañana, vimos nuevamente el cometa, luego desapareció durante el día. A mediodía, echamos ancla en la tierra baja de Cabo Gregorio, en 25 brazas, fondo de gravilla gruesa, piedritas del tamaño de habas, y mariscos podridos.

[...] Después de cena, se bajaron las chalupas para ir a pescar y a cazar. Regresaron por la tarde, sin haber pescado nada, ni haber cazado, excepto el Sr. de la Gyraudais que mató una vicuña sarnosa. Hay muchas vicuñas en esta región, son muy hermosas. También, hay un gran número de zorros, lobos y ratones; no hay agua y encontramos malezas de madera amarilla.

[en el Estrecho: cortando árboles]

El viernes 9 partimos al alba. A las diez estábamos en la segunda angostura, navegando para pasar entre las islas de Santa Isabel y San Bartolomé; echamos ancla en la bahía de Cabo Negro, cuya punta está a NNW 5 grados N. [...] Desde dicha punta se comienzan a ver bosques.

[...] El sábado 17, sondeamos las pequeñas bahías que están al norte de la punta Santa Ana. Encontramos bancos extensos.

El domingo 18, enviamos a todos los carpinteros a tierra para cortar leña y madera para construir, lo que era nuestro objetivo, a la vez que sacar árboles para replantar.

El miércoles 28, a las 7 de la mañana, el Sr. de la Gyraudais, habiendo terminado de cargar, estaba listo y partió de regreso a Malvinas.

[Puerto del Hambre: otro encuentro]

Viernes 30. Esta mañana, vi algunos salvajes en la isla de arena que forma la entrada sur de la bahía, lugar donde los habíamos visto por última vez el año pasado. Enseguida partí al taller para pedir el bote. El señor la Perriere me lo envió equipado. Fui hacia los salvajes y reconocí que eran los mismo del año anterior. Eran 22 hombres, sin mujeres, ni canoas. No tenía regalos para darles, ni me pude hacer entender, así que me devolví.

Domingo 1° de junio. Desde la mañana, los salvajes nos hacen señales; pero, el mal tiempo nos impidió ir a verlos. Dos de ellos fueron donde cortábamos la leña, y nos indicaron que querían que fuéramos al río con el bote.

El día dos, dos salvajes se presentaron al fondo de la bahía, gritando en su lengua. Envié a un Oficial con el bote para preguntarles si querían venir a bordo. A la llegada del bote, partieron rápidamente hacia el río, haciendo señas de que los siguieran. El oficial creyó más prudente no hacerlo y regresó a bordo. A las once, los vimos salir del río en seis canoas, o piraguas. Atravesaron la bahía; pasaron a tiro de fusil de nuestro lado, sin querer venir y desembarcaron en una pequeña ensenada, bajo la punta Santa Ana. Como yo había enviado seis hombres para cortar leña en ese lugar, y porque los salvajes eran numerosos, hice armar el bote y la chalupa y fuimos a buscarlos. Cuando llegué, algunos estaban haciendo sus chozas; otros cogían mariscos como choros (mejillones), lapas, erizos, cangrejo, caracoles marinos, todos sólo de entre las rocas. No obstante, también tienen trampas hechas de tripas.

Después de haber renovado la alianza hecha el año pasado, distribuí regalos entre ellos, que consistían en algunas libras de bermellón, ropa de cama de lana, espejitos, tiza, cuchillos, capas, un hacha, pan, etc. No han querido tomar vino. No les he dado aguardiente, por temor a las consecuencias.

El grupo parecía compuesto de 26 hombres o mozos, y 40 mujeres o niñas, con mucha gente joven. El jefe se llama Pacha-chui. Se distingue de los otros por un sombrero de piel de pájaro con sus plumas. Se lo coloca cuando recibe visitas, sin duda, para hacer notar su cargo. Las mujeres parecían muy recatadas, forzadas por la presencia de los hombres, quienes se veían muy celosos de ellas.

Como mejor pude, interrogué al Jefe, sobre religión. él me dio a entender, o yo he creído interpretar sus señales, que ellos no adoraban ni el sol, ni la luna, ni a los hombres, ni animales, sino solamente el Cielo, o el Universo entero; lo repitió varias veces, levantando las manos juntas sobre su cabeza.

Durante este lapso, sin mayor compunción, echaban a la fogata la leña que nuestra gente había cortado. Para no tener que enemistarme con estos salvajes, hice parar el trabajo en este sector y mandé a los seis hombres a cortar madera al bosque lejos de ellos.

¶ Los salvajes intercambiaron arcos, flechas poco peligrosas, collares de conchas, por la ropa de nuestra gente. Luego, los dejé, invitándoles a venir a bordo. Cuatro de ellos aceptaron mi oferta. Los hice cenar conmigo, y los traté lo mejor que pude. Les gustó sobre todo el tocino. Su postre fue una vela para cada uno, la que comieron con ganas. Al terminar la cena, los hice vestir de piés a cabeza, les di unas baratijas, con las que parecieron muy contentos; después, les hice llevar a tierra.

Después de la velada, volví a las viviendas de los salvajes. Pacha-Choui vino a verme, me regaló una especie de pedernal, similar a las de Canadá, que parecía ser una pirita de cobre amarillo [probablemente pirita de hierro; por su escasez, tenía un alto valor para todos los grupos canoeros. Bridges (1952), p.58. Ed.]. A continuación, él distribuyó los regalos que yo les había hecho en la mañana.

Uno de ellos hablaba entre dientes continuamente. Le pregunté el porqué. Me dejó entender que estaba rezando, mostrándome el cielo, como el Pacha-Choui había hecho en la mañana: lo que parece indicar que adoran una Divinidad; pero, no he podido comprender ni qué era, ni cómo la llamaban.

Tanto hombres como mujeres se visten solamente con pieles, sea de lobos marinos, guanacos, nutrias, linces, que colocan sobre los hombros. La mayoría anda con la cabeza descubierta. Una piel de pájaro con plumas cubre su desnudez. Los hombres se llaman Pach-pachevé; las mujeres, Cap-cap. Me enseñaron esas palabras mostrándome sus personas y después, las partes que distinguen su sexo. Tanto hombres como mujeres son delgados. Sus canoas están mal hechas, comparadas con las de los salvajes de Canadá. Son las mujeres las que reman y pescan. Poseen muchos perros, parecidos a zorros; los llaman Ouchi, y a sus canoas, Shorou.

Es de notar que las mareas matinales son iguales cada mañana; suben poco en el mar abierto, y sólo como bajamar.

[Puerto del Hambre: la relación se pone difícil]

En la mañana del miércoles 4, sin ningún escrúpulo, los salvajes quemaron cinco o seis atados de leña [4 piés x 4 piés x 8 piés o 128 piés cúbicos, Ed.] que habíamos cortado; pero, nos ayudaron a embarcar el resto.

A mediodía, Pacha-Choui vino a bordo de la fragata, acompañado de once hombres. Cenó conmigo, y le hice dar a los otros galleta, un pedazo de gordura: para beber tres pintas de aceite de lobo marino. Todos comieron y bebieron con un apetito encantador. A continuación, regalé vestimentas a Pacha-Choui, di algunas bagatelas a los otros, y después, se les llevó a tierra.

El día 6, todos los salvajes, contentos con la recepción que habíamos dado a sus camaradas, vinieron a visitarme en cuatro canoas. Pero, como tenían grandes fogatas en sus canoas, no los quise dejar subir a bordo, por lo que parecían disgustados. Les envié galleta y aceite, y después de la cena, los mandé de vuelta sin decirles porqué.

¶ El domingo 8, los salvajes comenzaron a importunarnos: robaron desde nuestro taller varias hachas, carnes y ropas. Ya que parecían dados al robo y a la sorpresa, decidí no permitir a nadie dormir en tierra y pedí devolver a bordo los utensilios y herramientas, todas las tarde: esto llegó a ser una gran incomodidad.

El lunes 9, los salvajes nos robaron arpones, hachas, medallones de fierro y mazos. Le llevé mis quejas al Pacha-Choui y le pedí nuestras cosas — en vano. Entonces, les di a entender que, de volver a hacerlo, serían castigados.

La canoa, que había atravesado la bahía ayer en la tarde, ha traído un moribundo de edad cercana a los 40 años: era de una delgadez increíble.

En la tarde, nuestros leñadores me dijeron que perdían mucho tiempo regresando a dormir a bordo, y volviendo al bosque, y me solicitaban poder quedarse a dormir en tierra. Yo consentí, recomendándoles que trataran bien a los salvajes, si los venían a visitar.

Con ese propósito, elegí de jefe para ellos, a un hombre de buena conducta, y a su apacible hermano, acostumbrado a vivir con los salvajes de Canadá, y conocedor de sus costumbres. Les recomendé de mantener vigilancia para evitar sorpresas; hecho eso, volví a bordo.

[Puerto del Hambre: ritos fúnebres]

El jueves 12, a eso de las cuatro de la mañana, sentimos gritos de los salvajes. Tres de sus canoas con muchas mujeres y algunos hombres a bordo vinieron hasta nuestra fragata. Pedí que les dieran algunos pedazos de pan y aceite de lobo marino. Ellas pusieron la mayor parte de éste en una bolsa de tripas que habían traído para el fin y bebieron el resto. No quise que subieran a bordo, visto que son grandes y osados ladrones y que tenían grandes fogatas en las canoas. Hoy, contrario a lo normal, los hombres no estaban pintados: sólo algunos estaban pintados de negro, lo que los hacía verse realmente aterrorizadores. Las mujeres estaban todas con puntos negros, con la cara y pecho ensangrentados, como si se hubieran rasguñado con espinas. Dos de sus canoas pasaron la punta Santa Ana, rumbo al norte.

Domingo 15: esta mañana, visité a los salvajes. Al no ver al enfermo, les pregunté qué había pasado con él. Me hicieron entender que había muerto. Los gritos que habíamos sentido el jueves en la mañana al parecer eran su señal de duelo. Parecían todos muy afligidos y, contrario a lo normal, estaban todos pintados de negro y las mujeres todas rasguñadas como si se hubieran desgarrado con alfileres. Noté que sentían una gran pena por el muerto. Pregunté por señales qué habían hecho con él. La única respuesta fue elevar sus manos al cielo y repetir varias veces el mismo gesto, como para hacerme entender que allí estaba el difunto. De lo que se puede conjeturar que creen en otra vida después de esta. Nunca quisieron decirme qué hicieron con el cadáver. Me inclino a pensar que lo transportaron en una de las canoas que pasaron por punta Santa Ana. Les repartí unas galletas y aceite de lobo marino.

El lunes 16, vi dos canoas de salvajes que venían hacia nosotros, mientras todas las otras salían de la bahía. Bajé en el bote, llevando pan y aceite. Al acercarme a ellos, les hice una señal para que me siguieran a tierra, lo que ejecutaron prontamente. Les di el pan y el aceite. Habían levantado campamento: los que quedaban allí ahora, estaban juntando el resto. Me dieron a entender que se iban a vivir a una legua de este lugar, en una de las pequeñas bahías que están al norte de Santa Ana, porque los mariscos escaseaban en el lugar donde estábamos. El Pacha-choui estaba en uno de los botes y vino a agradecerme e informarme de su partida.

[Puerto del Hambre: invitación a viajar]

¶ Entonces, me aventuré a preguntarle si alguno de los jóvenes querría hacer el viaje con nosotros, explicándole, lo mejor que podía, que sería por un año. Me respondió por señas que lo aprobaba y enseguida, me presentó un mozo, que parecía contento. Después, nos separamos y yo partí con el joven salvaje a bordo. Lo vestimos y tratamos lo mejor posible. El Jefe salió de la bahía, sin duda, a juntarse con su grupo.

Martes 17. Nuestro salvaje parece estar satisfecho con nosotros; tiene el aire de estar contento y alegre. Cerca de las diez, 17 salvajes a pie, desde una pequeña bahía al norte nuestro, donde habían acampado, vinieron a ver su camarada. Nos adelantamos a ellos, con el joven incluido. Les di pan y aceite para el desayuno. Estábamos a punto de regresar, cuando otro pidió venir a bordo para quedarse con su camarada. Dado que era voluntario de su parte, lo llevé conmigo.

Hacia las seis de la tarde, me di cuenta de que nuestros dos salvajes estaban tristes, casi llorando y mirando siempre hacia la tierra. No me costó adivinar la causa de su pena, ni imaginarme cómo una partida así debía hacerles reflexionar y sentir nostalgia. A pesar de las ganas que tenía de llevarlos con nosotros, en la esperanza de recibir aclaraciones para el futuro, decidí llevarlos de regreso y devolverles una libertad que ellos pensaban haber perdido, sin duda. Los hice embarcar en el bote y partieron a tierra. Estaban muy contentos al llegar y pidieron ir a juntarse con sus familias.

[Puerto del Hambre: ataque mortal]

¶ El viernes a las 9, vinieron a pedir pan y aceite. Se los hice dar y ayudaron a cargar la chalupa, de ahí a su campamento anterior. A eso de las 4 de la tarde, se fueron haciendo entender que se iban a dormir, porque la luna (llamada Sercon) ya había salido; ellos volverían y me traerían a los dos jóvenes que habían estado a bordo. Cuando regresamos, oímos dos tiros de fusil: señal que habíamos convenido para pedir auxilio en caso de un ataque de los salvajes. Sospeché que nuestra gente estaba ya peleando con ellos. Hice armar los botes y los envié a llevar auxilio; pero, fue tarde: cuando llegamos, la batalla estaba ganada y los salvajes, en desbandada. Pasó así:

Veinte o 26 salvajes, nos dijeron, bajaron por el bosque, escondidos y en silencio, hasta llegar detrás del taller; tres de ellos entraron precipitadamente en la cabaña de nuestra gente. éstos, creyendo adivinar un motivo funesto, se pusieron en la puerta de la cabaña, para que no entraran más. Entonces, los otros trataron de forzar su entrada, no pudiéndolo hacer, se tiraron contra nuestra gente, unos por las rodillas, para hacerlos caer, y maniatarlos probablemente, pues estaban premunidos de grandes correas en forma de honda, que tenía una lanceta hecha de hueso, de unas 6 pulgadas; los otros les pegaban con grandes palos. Los nuestros, aunque sorprendidos por la súbita declaración de guerra, no perdieron la compostura. Tomaron sus sables, mataron sus enemigos y destrozaron a todos los que se les pusieron por delante, lo que desordenó a los salvajes y los puso en desbandada. Los nuestros eran siete contra 25: tres salvajes murieron en el campo de batalla, sin contar los heridos. De nuestra gente, tres fueron heridos: el maestro carpintero de numerosos golpes en la cabeza; otro también herido peligrosamente en la cabeza por un golpe de sable; y, su hermano de un golpe de sable en la mano, que lo dejará tullido. Los heridos fueron vendados en cuanto llegaron a bordo. Uno de los tres fue luego trepanado.

Viernes 20: envié la chalupa esta mañana para buscar la madera y enterrar los tres salvajes en una misma fosa. Sus pieles o mantas y sus zapatos fueron puestos sobre el túmulo que se hizo, a fin de que los otros salvajes reconocieran el lugar donde quedaron sus camaradas difuntos y para que no piensen que fueron comidos: lo que podría suceder si no encuentran los cuerpos de los muertos.

[Cabo Gregorio: saliendo - imposible acercarse]

Domingo 22, estamos a la entrada de la angostura; a las once vimos varios fuegos sobre las tierras bajas de cabo Gregorio. Al pasar por la costa, vimos cerca de 90 a 100 hombres, la mayoría a caballo, que nos seguían hasta el fondeadero, contando con que fondearíamos allí; pero, nos lo impidió el gran viento, además, el tiempo era favorable para salir del Estrecho. A mediodía, la punta de cabo Gregorio estaba al oeste, media legua. Desde esta mañana, hemos avanzado doce leguas, los salvajes nos hacen señas todo el rato. A las 9 de la noche pasamos cabo Vírgenes y salimos del Estrecho [...]

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