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Materiales Históricos de la Patagonia Austral
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Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, 1893-1943
Historia autorizada de los primeros 50 años, por Fernando Durán
Capítulo: 

CAPITULO III

LA PRIMERA ETAPA

LA SOCIEDAD SE ORGANIZA

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Don Mauricio Braun se trasladó a Valparaíso en Junio de 1893 y desde su llegada se preocupó, junto con el señor Mc Clelland, de organizar la nueva Sociedad.

Los orígenes de la misma se hallan señalados en un folleto de modestísima apariencia, redactado de puño y letra por el señor Braun, del cual quedan ahora apenas unos escasos ejemplares.

En las páginas de este curioso documento, el señor Braun describe con gran claridad y sencillez la región materia del arrendamiento otorgado al señor Nogueira por el Gobierno, y señala las posibilidades de introducir en ella una próspera explotación ganadera. Con franqueza e hidalguía no oculta las dificultades que se ofrecen a la empresa, ni disimula lo inhospitalario de la región ni la hostilidad de las tribus indígenas. Al mismo tiempo traza cálculos detallados y minuciosos de las inversiones que deben hacerse y de los capitales que las mismas requieren, esbozando el programa de los trabajos de los tres primeros años. Finalmente, cierran el folleto, un proyecto de Estatutos que se convirtió definitivamente en los que rigieron los primeros pasos de la Sociedad, y un plano topográfico de la región ganadera de Tierra del Fuego.

La fe y la decisión de don Mauricio y de doña Sara Braun tuvieron su recompensa. Al reclamo de ambos respondieron los primeros suscriptores de acciones, otorgándose la escritura constitutiva de la Sociedad ante el Notario de Valparaíso, don Tomás Ríos González, el 31 de Agosto de 1893.

Los Estatutos sociales fueron aprobados por Decreto del Ministerio de Hacienda de 16 de Septiembre del mismo año, y el 30 del mismo mes se expedía por último el Decreto que la declaraba legalmente instalada.

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El capital que se había exigido a la Sociedad por el Decreto de arrendamiento al señor Nogueira era de $1.000.000. Sus organizadores lo fijaron en la suma de $1.250.000, dividido en 2.500 acciones de $500 cada una, excediendo desde el primer momento el límite de las obligaciones impuestas por el Fisco chileno.

Formaron el primer Directorio de la entidad, las siguientes personas, a cuyos nombres se halla vinculada la etapa inicial de la obra:

Presidente: Señor Pedro H. Mc Clelland
Vicepresidente: Señor E. J. J. H. Sandiford
Directores: Señor Mariano Egaña
  Señor Gustavo A. Oehninger
  Señor Leoncio Rodríguez
Director Gerente: Señor Mauricio Braun

Entre los primeros accionistas figuran: doña Sara Braun, con 350 acciones; don Mauricio Braun, con 275 acciones; don Elías H. Braun, con 30 acciones; don José Menéndez, con 200 acciones; don Gustavo A. Oehninger, con 100 acciones; don Guillermo Wilms, con 100 acciones y don Ramón Serrano Montaner, el Teniente de la Armada que en 1879 recorriera en exploración los terrenos ahora próximos a explotarse, con 81 acciones.

De acuerdo con los primeros Estatutos, la Sociedad reconocía como su domicilio la ciudad de Valparaíso y el Directorio debía nombrar un Administrador que con el título de Director Gerente, sería su representante legal en Punta Arenas. Para dicho cargo fue designado don Mauricio Braun, quien lo sirvió hasta el año 1905, fecha en que, por reforma de los Estatutos, se trasladó la Gerencia a Valparaíso.

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Ya estaba constituida la empresa. Existían desde este momento todas las líneas de su programa y el esquema legal indispensable para su marcha. No obstante, la historia de la institución permanecía hasta ahora en el dominio de lo teórico. Faltaba realizar el programa, iniciar la marcha, hacer surgir de los campos baldíos de Tierra del Fuego, la riqueza ganadera que hasta el momento sólo se ofrecía como una posibilidad, vale decir como una página en blanco que todavía estaba por escribirse.

Con estas realidades en la mano, don Mauricio Braun regresó nuevamente a Punta Arenas. Había salido de allí con una esperanza y con un sueño. Volvía con la esperanza hecha certidumbre y con el sueño concretado en una empresa. Podía decir a todos los vacilantes de esa región que su esfuerzo no había sido vano y que estaba próxima a iniciar sus actividades una industria de gran entidad.

Tan pronto como el señor Braun pisó el territorio magallánico comenzó a preparar la expedición que debía ir a Tierra del Fuego. Para ello contrató la goleta "Express", del modesto registro de 150 toneladas. Reclutó un reducido personal de veinte hombres, entre los cuales figuraban desde los peones y campañistas hasta el capataz y el cocinero. Adquirió rápidamente los materiales de construcción que creyó necesarios, tales como alambre, postes, etc., y se proveyó de las herramientas requeridas para sus labores como también de las tiendas en que deberían habitar en un comienzo.

Compró, además, varias parejas de bueyes con sus carretas y reunió las provisiones indispensables para la alimentación de toda esta pequeña colonia durante los meses iniciales de su trabajo.

Llegados a la Isla, y en tanto que la goleta "Express" zarpaba para Bahía Inútil, ya visitada en su viaje de retorno por la expedición exploradora del Teniente Serrano Montaner, el señor Braun salía acompañado del señor John Cameron, en dirección a Puerto Porvenir, pequeña rada de Tierra del Fuego, situada frente a Punta Arenas. Tanto el viaje de la goleta como el del señor Braun fueron difíciles y accidentados. Las regiones en que debían internarse se hallaban deshabitadas, desiertas. Bahía Inútil no había recibido otras visitas que las que de tarde en tarde solían hacerle los escampavías de la Armada Nacional.

A pesar de todo, la tenacidad de los expedicionarios logró vencer las dificultades, y al cabo de muchos esfuerzos el grupo llegó a su destino. Los señores Braun y Cameron efectuaron su recorrido a caballo, siguiendo la playa del Boquerón, hasta finalizar en el punto que se llamó "Caleta Josefina" y que sirvió de base a la primera Estancia de la Sociedad.

Cuando los expedicionarios se encontraron en este último punto, ya la goleta "Express" se hallaba en plena faena de descarga de los elementos que traía a su bordo.

Todo parecía haberse desarrollado felizmente, prometiendo un porvenir halagador a las actividades de la nueva empresa. Mas, estaba escrito que, la iniciativa había de sufrir muchos y muy recios golpes. Cuando faltaban aún dos días para terminar la descarga, relata el señor Braun, se desencadenó un violento temporal del Sud-Oeste, que hizo garrear a la embarcación y terminó por arrojarla contra un enrocado, produciéndose finalmente el naufragio total de la goleta con la carga que había a su bordo.

Es de imaginar el desaliento que se apoderó de los expedicionarios ante este contratiempo. Perdido el resultado de sus esfuerzos, aislados en la región sin tener medios para regresar, pues el grueso de los colonos había venido en la goleta, sintieron abatirse sus ánimos.

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No obstante, el señor Braun reaccionó rápidamente y con gran energía. Sin pérdida de tiempo regresó por tierra a Puerto Porvenir, en la misma forma en que había llegado. Lo animaba la decisión de dirigirse nuevamente a Punta Arenas en busca de los elementos y materiales que debían reemplazar a los que el mar había destruido.

Puerto Porvenir era por entonces un villorrio misérrimo y desamparado. Toda su población no pasaba de cincuenta habitantes y estaba compuesta por mineros, aposentados en aquel solitario lugar tras la búsqueda ilusionada de las escasas pepitas de oro que podían proporcionarles los riachuelos cercanos.

En ese entonces las comunicaciones entre Punta Arenas y Porvenir, a través del Estrecho de Magallanes, eran aleatorias y difíciles. El único medio de que habitualmente se disponía eran unos pequeños cutters que efectuaban ese recorrido sin ninguna regularidad. No había, en consecuencia, la menor seguridad de que llegasen o partiesen en días determinados, y a menudo ocurría que pasaban semanas sin que tales embarcaciones tocasen la sórdida costa de la Isla.

El señor Braun resolvió cruzar el Estrecho en un pequeño bote y así lo hizo empleando en ello cerca de un día.

Ya en tierra no perdió un minuto de tiempo. La Estancia "Caleta Josefina" debía quedar instalada en lo que quedaba de verano, estación que, como se sabe, es la única en que pueden hacerse trabajos en la región magallánica. Cualquiera demora significaba retardar las faenas hasta el próximo año.

Adquirió, pues, con suma celeridad los elementos y materiales que se requerían, dejándolos listos para su traslado a "Caleta Josefina".

Para transportarlos, así como para conducir los primeros lanares que debían servir de base a la explotación, el señor Braun contrató la goleta "Rippling Wave", a cuyo mando estaba el Capitán don Federico Willumsen, fallecido recientemente.

A bordo de dicha embarcación llegaron a "Caleta Josefina" los materiales que allí se esperaban anhelosamente, y la partida de lanares mencionada, traídos éstos últimos desde las estancias de Pecket Harbour y San Gregorio.

Como se recordará, por lo dicho en el anterior capítulo, la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego había contraído la obligación de introducir 10.000 lanares en el plazo de los dos años siguientes a su legalización. Preocupado de cumplirla, el señor Braun contrató inmediatamente después de la "Rippling Wave" el vapor "Amadeo", barco de mayor tonelaje que las otras goletas, llegando así a completar, antes del año, 5.000 cabezas de ganado, con las cuales quedó iniciada la explotación.

Durante este mismo periodo, o sea en el curso del verano que va de fines de 1893 a comienzos de 1894, quedaron también terminadas las primeras instalaciones de la Estancia "Caleta Josefina". Con gran tesón y constancia se levantaron los edificios necesarios para la explotación. Hubo para ello que abrir caminos en la tierra aún no desbrozada, construir las casas que debía ocupar el personal, los galpones para la esquila de las ovejas, los baños para lanares y numerosos kilómetros de cierres de alambrado. Solamente en el verano indicado fueron así cercadas 40.000 hectáreas de terrenos.

La Sociedad tenía forma. Había una organización en marcha, que dentro de poco tiempo debía dar sus frutos. La tierra inhospitalaria y hosca comenzaba a ser dominada y trabajada por un puñado de hombres recios y animosos.

La rapidez con que se habían desarrollado los primeros pasos de la empresa mueve a admiración. Trabajar en esas soledades, bajo esos climas extremos, en que el frío quema el cuerpo y el espíritu no tiene ante sí más que el desierto inmenso de una soledad y un silencio exasperante, es empresa grande. Pero crearlo todo donde nada existe, empezar viviendo bajo carpas para construir después toscas habitaciones, encararse con los vientos, las tempestades y los indígenas agresivos y hostiles, es ya tarea gigantesca, esfuerzo que cae dentro de los moldes de lo heroico. Sólo una confianza inmensa en la energía humana y en lo que ella es capaz de crear, puede servir de explicación a tales hechos. Pero esa confianza demuestra también virtudes morales y condiciones de inteligencia que no existen en el común de los hombres.

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La Memoria presentada por la Sociedad, junto con el Balance al 30 de junio de 1894, o sea, antes del año de funcionamiento y existencia, es de breve y elocuente significado. En sus líneas concisas se percibe la magnitud del esfuerzo. En esa fecha, estando suscrito solamente $150.000 (o sea un 12% del capital) ya se hallan casi íntegramente cumplidas las exigencias gubernativas sobre la introducción de animales. Los lanares alcanzan a 7.600. Los vacunos, incluyendo los bueyes de labor, son 1.020. Los caballos de silla y caballares llegan a 215. Al mismo tiempo se encuentran también construidas las viviendas, los galpones y los baños para los lanares.

Sin embargo, el público no está aún convencido de la bondad del negocio. La suscripción de capital, como se ha visto, es escasa, y apenas alcanza para las labores de una reducida instalación. Los accionistas no suman aún más que 73, la mayor parte de los cuales pertenecen al grupo que inició el negocio.

En los próximos años, esos accionistas disminuirán. Será necesario aumentar el capital para hacer frente a las exigencias del desarrollo de la empresa, para adquirir más animales, para construir nuevos edificios y cierros más extensos. En tales momentos, habrá quienes se desilusionarán y, contagiados por la atmósfera general de pesimismo que reina entorno de la Sociedad, se desligarán de ella.

Así es curioso leer a través de las primeras Memorias como se reduce la lista de accionistas. De los 73 que aparecen en la Memoria de 1894, bajan a 52 en 1895. En 1896 sólo son 44, número que en 1897 sube a 52, para llegar a 74 sólo en el año 1898, o sea, transcurridos ya cinco años de existencia de la Sociedad y consolidada definitivamente la suerte de ésta.

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La desconfianza y el recelo anteriores se reflejan también en la lentitud con que se entera el capital.

La misma reducida estimación del valor de la Concesión hecha por los propios aportantes en la cantidad de $100.000, da una idea exacta del escaso entusiasmo que despertaban en esa época los negocios de dicha índole, toda vez que los derechos así estimados, que eran la base de la nueva Sociedad, abarcaban 1.000.000 de hectáreas y se extendían a un lapso de 20 años.

Todavía más, la señora Sara Braun no exigió siquiera el pago en efectivo de la indicada suma de $100.000; y convino en aceptar quinientas acciones de la nueva Sociedad, de $500 cada una, a las que se reconocía pagado el 40% de su valor, obligándose ella a enterar el 60% restante después de cubierta por los demás accionistas la primera cuota indicada.

Serán pues, la explotación, el esfuerzo y el ingenio humano los que más adelante darán su inmenso valor actual a los terrenos materia de la Concesión.

Tampoco hay durante los primeros años dividendos que alienten y estimulen a los accionistas. Sólo en 1897 se producirá el primer beneficio, y, entonces, se distribuirá un dividendo modestísimo de $20 por acción que representa sólo un 4% de su valor nominal de $500.

Más tarde, cuando llegue la hora del éxito y la empresa obscura y difícil de los primeros momentos adquiera contornos de gran prosperidad, el camino se habrá despejado y la marcha será más fácil y expedita.

Entonces muchos habrán olvidado el esfuerzo y perseverancia que se necesitó en un principio para organizar la empresa y conducirla al desarrollo alcanzado, conquistándole el prestigio de que goza en la actualidad.

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