El "avestruz" /1/ del sur de la Patagonia está mal nombrado: es una especie diferente (Rhea pennata o de Darwin). Esta ave que no vuela ha estado presente en los relatos de viajeros a la Patagonia desde sus primeras visitas: su historia tipifica el impacto de la "civilización" en el Nuevo Mundo. O sea, está íntimamente relacionada con conocidos fenómenos, como son la desaparición de pueblos indígenas y la sobreexplotación de recursos naturales. La presente breve antología ofrece muestras de comentarios de primera mano, hechas en diversos períodos.
Los primeros europeos que visitaron la zona costera de la Patagonia austral, entre ellos Magallanes, Loaisa, y Drake, encontraron a los Tehuelches, nómades cazadores, para quienes el avestruz era una fuente tanto de carne como de plumas para el adorno personal. Ayudados por perros, estos nativos cazaban a pié, con flechas y boleadoras.
Los españoles trajeron el caballo a Sudamérica y, al poco tiempo, algunos animales escaparon de sus tropillas. Estos baguales se diseminaron hacia el sur del continente, y ya para el siglo XVIII, el caballo había sido adoptado por los nativos de la Patagonia. Al igual que lo ocurrido siglos antes en Eurasia, el caballo le dio al Tehuelche mayor movilidad, tanto para sus migraciones como para la caza; ahora capturaba el guanaco y el avestruz con mayor eficiencia, armado solamente con las boleadoras (ver ilustración arriba). Paulatinamente el arco y la flecha habrían perdido su utilidad.
En el siglo XIX, un número reducido de extranjeros tuvieron la oportunidad de observar las costumbres nativas, y luego publicarlas. Algunos de ellos acompañaron voluntariamente a los indígenas: Arms y Coan /2/ quienes intentaron instalar una presencia misionera y fracasaron; y Musters (a quien algunos cuestionan sus intenciones), motivado por la curiosidad y el espíritu de aventura. Distinto fue el caso de Bourne, quien fue tomado prisionero y vigilado constantemente — para su propia supervivencia, estaba obligado de adoptar la dieta y el modo de viajar de sus "anfitriones", mientras mantenía viva la esperanza de recuperar la libertad, buscando oportunidades para huir, o para hacerse rescatar.
Durante la época colonial, más hacia el norte, en la zona de La Plata, se comerciaban plumas de avestruz traídas desde la Patagonia para el mercado europeo. Ya a principios del siglo XIX, los barcos que transitaban por el Estrecho de Magallanes (por ejemplo, los balleneros y loberos de Gran Bretaña y Estados Unidos que frecuentaban la bahía de San Gregorio) operaban un sistema de trueque, cambiándose pieles locales por utensilios sencillos, chucherías, tabaco y alcohol (típicamente ron y aguardiente). Según relata Macdouall /3/ y Bourne /4/, ninguno de los grupos tenía mucho interés en comerciar las plumas de avestruz; Arms y Coan tampoco lo mencionan.
En 1843, Chile estableció una presencia permanente en el Estrecho de Magallanes (primero Fuerte Bulnes; cinco años después, Punta Arenas); y en 1859, el argentino Luis Piedrabuena fundó una factoría en Isla Pavón, cerca del estuario del río Santa Cruz (Musters). Ambos gobiernos nacionales vieron el valor político de conseguir la lealtad de los Tehuelches. Los asentamientos regularizaron los contactos entre los Tehuelches y los "cristianos"; el mercado para los principales productos nativos (pieles y plumas) mejoró. Ya en 1867, el gobernador chileno consideraba las plumas de avestruz merecedoras de representar a la colonia de Magallanes en la feria internacional de Paris (Riobó).
Más tarde, aparecieron cazadores profesionales gauchos, (Beerbohm) quienes suplían a los comerciantes de Punta Arenas con grandes cantidades de pieles y plumas: allí, "turistas" como los Brassey los compraron como suvenirs. La rhea se hizo escasa en los distritos accesibles, cerca de la costa; mientras tanto, el aumento de los contactos interculturales, y sobre todo la disponibilidad del licor, socavaron la autosuficiencia tradicional de los nativos. /5/
En los mercados occidentales, el comercio de las plumas se guiaba por los cálculos de beneficio a corto plazo. Las plumas se exportaban enfardadas — más de dos toneladas sólo de Punta Arenas en 1884 (Bertrand). Las mantas de plumas tenían un alto valor por su suavidad: esto se lograba a un alto costo ecológico — cada frazada costaba la vida de, al menos, doce pichones (NY Sun), desequilibrando la reproducción natural. Hasta el término de la Primera Guerra Mundial, los comerciantes de Punta Arenas gozaban de un nutrido negocio con los pasajeros de los barcos transoceánicos (Spears ; Skottsberg ; NY Sun). A esta altura, las artesanías nativas se confeccionaban mayormente en la ciudad — no, en la pampa.
Resumiendo, la explotación no controlada del avestruz patagónico provocó una reducción alarmante de sus números, tal como se había pronosticado (Payró). Una vez que el Canal de Panamá entró en servicio en 1914, el volumen de tráfico de barcos que transitaban por el Estrecho de Magallanes disminuyó, y por consecuencia la actividad económica de Punta Arenas. Además, la moda de vestirse cambió, y la demanda de plumas bajó. Estos factores hicieron posible la recuperación de la especie: ahora no está en peligro de extinción.
Notas:
/1/
En Argentina, esta especie se conoce comúnmente como "choique"; en Chile, como "ñandú".
/2/ (1833)
Misioneros en la bahía de San Gregorio, ver http://patlibros.org/rtc/?lan=esp
/3/ (1827)
Macdouall, informando sobre el contacto de Fitzroy con los nativos en San Gregorio, escribe "The beach was now thronged by [...] from three to four hundred people. They were evidently assembled for the purpose of barter, for an innumerable quantity of ostrich feathers (of no value), skins of the guanacoe, and other animals were laid out upon the stubble, as if for inspection."
/4/ (1849)
Bourne, tomado prisionero en el Estrecho, informa "It was noticeable that the plumage of the ostrich, though beautiful, was not valued by the Indians; large quantities of the feathers are blown all over the country, without attracting the least regard ..."
/5/
Por los años 1880, la introducción de la ganadería ovina en gran escala fue el golpe de gracia para los Tehuelches. Con la posesión privada y subsiguiente alambramiento de los campos, su forma de vida estaba destruida. Desgraciadamente, muchos de ellos murieron — desorientados culturalmente, desposeídos y arruinados por enfermedades y el alcoholismo.